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Instituto Nacional de Bellas Artes
El paso del coahuilense Oliverio Martínez por la plástica nacional fue bre‑
ve pero luminoso. Dispuso únicamente de diez años para hacer su escultura
y para hacer su parte en lo que desde entonces habría de conocerse como la
escultura moderna mexicana.
La crítica lo sitúa entre quienes, en la primera mitad del siglo XX, de‑
finieron el nuevo rumbo y rindieron los primeros y más notables frutos.
Su obra mayor —los conjuntos escultóricos que coronan el Monumento a la
Revolución— resultó a este respecto inestimable.
De ello se ocupa esta nueva monografía de la serie
México a través de
sus artistas
, la tercera que el Instituto Nacional de Bellas Artes y el Museo
Nacional de Arte coeditan con el Gobierno del Estado de Coahuila.
Para Agustín Arteaga, Oliverio Martínez es la “lámpara votiva” de la es‑
cultura mexicana, y el Monumento a la Revolución, la “piedra angular” en que
dicha lámpara se cimenta. “Es aquí donde se libró la batalla definitiva para
autentificar la nueva concepción escultórica del México posrevolucionario”.
Oliverio Martínez representa un hito en la historia de una discipli‑
na que, vista frente a la pintura, no siempre contó con el arropamiento que
requería y ameritaba; sin embargo, sus practicantes se empeñaron en traba‑
jar y hacer que su obra fuera vista y apreciada por la sociedad mexicana de
entonces y de ahora. Ese empeño suyo, lo constatará el lector de estas pági‑
nas, redituó con creces.
Teresa Vicencio Álvarez
Directora General
Instituto Nacional de Bellas Artes