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M. C. Escher y sus contemporáneos
En otros casos, Escher recurre al color y a la línea para entrelazar imágenes,
como en
Sol y luna
(1948). En una carta dirigida a su hijo, lo explica así:
Apenas conozco el disfrute del pintor libre, que utiliza los colores por mor del propio
color ; yo únicamente los aplico cuando la naturaleza de mis formas lo requiere, cuando
me veo obligado a ello porque mis motivos exceden la dualidad.
Las aves blancas y verdes se definen tanto por sus contornos como por
sus colores. Los cuerpos celestes, más difíciles de distinguir, no están delineados
y lo único que los representa es el color. Si uno se concentra en las aves blancas,
las oscuras se convierten en un fondo con una luna blanca en medio de un cielo
verde estrellado. En el caso contrario, se aprecia un sol dorado con rayos y unas
aves verdes superpuestas. Si este grabado se hubiera concebido en blanco y negro,
esta percepción simultánea habría resultado imposible.
La tercera y última manera de aplicar el color que analizaremos es para
sostener la obtención de la idea del espacio. En
Estrellas
(1948)
(fig. 1)
vemos una figura
tridimensional sumamente compleja representada en tres colores. Si la dividimos en
función de los distintos tonos, distinguiremos tres cuerpos idénticos entrelazados,
llamados octaedros (figuras compuestas de ocho caras triangulares) en rosado, azul
y amarillo. Dichos octaedros hacen que la forma de estrella resulte un poco más
asequible para quienes no disponemos de la misma noción del espacio que aquélla
con la que la naturaleza dotó tan generosamente a Escher.
En la mayoría de los casos, el color resulta tan sólo un instrumento para
Escher, un modo de dirigir la percepción y apuntalar las ilusiones. La calidad estética
–que en su caso se subordina de todos modos a la representación– está relegada a
un segundo plano y se expresa primordialmente a través de la línea y el contraste.
Contraste con significado incluido ya que los opuestos expresan la cosmovisión de
Escher, donde no puede existir una cosa sin la otra.
Escher en movimiento
Un aspecto de la obra de M.C. Escher al que se ha prestado escasa atención es el
movimiento. A primera vista, sus grabados dan una impresión sumamente estática. La disposición de las líneas
es rigurosa, clara y estudiada. Uno de los elementos que evoca movimiento es la manera en que Escher dirige
nuestra mirada. Tal como si fuera director escénico, nos muestra todos los rincones del papel, nos marea y acelera
nuestra mirada para luego ralentizarla en el momento justo y premeditado por él. Compararlo con el diseñador
de una montaña rusa resulta menos descabellado de lo que parecería en primera instancia.
Escher disponía de varios métodos para darnos una percepción a veces
casi física de desplazamiento en sus imágenes; por ejemplo, adoptando una posición
extrema y utilizando un contraste exacerbado entre lo apartado y lo próximo.