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M.C. Escher : una manera de mirar
Caro Verbeek
Los peñascos que aparecen en
Vitorchiano nel Cimino
(1925)
(fig.2)
parecen estar al alcance
de la mano. Los contemplamos a vista de pájaro. La mirada se dirige a toda velocidad
hacia la profundidad del valle. El cruce de caminos se representa de tal modo que
parece encontrarse justo debajo de nosotros. La meseta rocosa, presentada de lado,
frena nuestra mirada y la desvía hacia arriba para detenerse en la cima. El recorrido
tiene forma de una jota invertida. Lo mismo le sucede al observador con
Scilla,
Calabria
(1931). Estamos asomados mirando a un precipicio, donde nos topamos con
los tejados de unas casas situadas en plano inferior. Nuestra posición sugerida hace
que casi sintamos la fuerza de la gravedad tirando de nosotros. Nos encontramos
inclinados hacia delante y resulta imposible evitar la caída. La construcción situada
arriba en el acantilado nos hace remontar la vista. Este recorrido tiene una forma
similar a la del grabado anterior.
La percepción de nuestra posición en el espacio inducida por el
movimiento –aun cuando éste es imaginario– recibe el nombre de cinestesia.
Si bien el grabado permanece inmóvil, nuestra mirada se desplaza por el paisaje,
haciendo que lo experimentemos cada vez de forma diferente.
Cuando los turistas, al verlo dibujar desde una perspectiva extrema,
le preguntaban a Escher si no se mareaba, éste respondía: “Ahí está precisamente el
quid
de la cuestión: en la representación de la sensación de mareo”. Sin saberlo, Escher
formaba parte de un grupo de artistas que por aquella época optaban por unas
posiciones fuera de lo habitual. Sus coetáneos Carel Willink (1900-1983), Giorgio
de Chirico (1888-1972) y Ernst Ludwig Kirchner (1880-1938) se servían del mismo
método de representación. Aunque, Piranesi (1720-1778) se les adelantó un par
de siglos al situar puntos de fuga fuera de la representación. Compárese, por ejemplo,
la obra escheriana
Tropea
(1931)
(fig.3)
con un grabado del viejo maestro italiano de la
serie
Vistas de Roma
(fig.4)
.
Si el entrelazamiento de posiciones en los ejemplos mencionados puede
considerarse todavía relativamente realista –en la realidad, nuestra mirada también
se mueve continuamente cuando nos desplazamos en un paisaje–. Escher suelta
todas las riendas –infringiendo las leyes de la perspectiva que están en boga desde
el Renacimiento– en
Arriba y abajo
(1947). Estamos acostumbrados a ver escenas con
puntos de fuga en medio del horizonte. En esa pieza vemos dos representaciones
de un mismo edificio con patio, presentado desde distintas perspectivas: una desde
arriba y otra desde abajo. La particularidad reside en que las imágenes están una
encima de la otra y se empalman sin solución de continuidad. Sin embargo, esta
representación no se aleja tanto de nuestra percepción cotidiana. Escher nos ofrece
una sensación que conocemos desde la infancia. Todos nos hemos sentado alguna
vez en un columpio, al columpiarnos ¿acaso no vemos en cuestión de segundos
secuencias de la misma imagen desde ángulos distintos?
fig. 2
Victorchiano nel Cimino (detalle)
1925
p. 145