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munal.gob.mx
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agosto
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2013
CINE
»
Raciel Rivas
»
Oswaldo Truxillo
LA ECONOMÍA
TRADICIONAL
A ESCENA
I
nundadas por el torrente agresivo
del mercado capitalista las econo-
mías tradicionales se han transfor-
mado en islas lejanas que el radar mer-
cantil de la civilización moderna ya no
quiere detectar. Hoy en día aparecen
en el mapa económico-mundial las
abstractas transacciones digitales, ya
no la interacción corpórea del trueque
mano a mano. Nadamos en el océano
de la abstracción financiera y solo en el
naufragio se intenta recurrir a las tie-
rras del intercambio tradicional.
En nuestro país la existencia del
tianquiztli
o mercado sobre ruedas
constituye, desde aquellos amaneceres
prehispánicos, la mejor muestra de la
economía tradicional, y el Munal, en
contraposición al mercado global, se
ha encargado de ubicarla de nuevo en
el radar, de ponerla a escena. La sala
de cine Adolfo Best Maugard será el
islote desde donde podremos contem-
plar las arcaicas formas de intercambio
comercial, pero ¡cuidado! la pantalla
también será inundada con las con-
secuencias políticas y sociales que ha
traído consigo el mercado global.
Empezaremos por detectar en las
regiones calurosas de Sonora a
Los que
viven donde sopla el viento suave
(1973),
documental de Felipe Cazals que regis-
APRENDIZAJES
ELECTIVOS:
TARKOVSKY
Y SOKÚROV,
G I OT TO Y
CIMABUE .
L
os críticos suelen dividir el arte
cinematográfico en dos tajan-
tesmitades: el cine de autor y el
cine del resto. Pero, en sentido estricto,
incluso las películas mediocres —de
cineastas postrados ante los intereses
de una industria que soslaya la inteli-
gencia de su público—, tienen un autor.
Podríamos decir incluso que son esas
películas las que más dejan ver el genio
de sus hacedores. Impregnadas de su
carácter —o su falta de carácter—, las
imágenes reflejan el espíritu de quienes
las concibieron: toda llaneza también
debe tener sus progenitores, incluso si
su estirpe resulta apenas tolerable. En
el otro extremo, se cuentan las obras de
varios genios particulares, pero herma-
nados por un espíritu reconocible y a
la vez anónimo: las obras de Antonioni
se confunden con las de Bresson, las de
Bergman, con las de Tarkovsky, las de
todos se mezclan entre el anonimato
del buen arte. Escribe Andréi Arsénye-
vich Tarkovsky:
Las obras maestras nacen de la
lucha del artista por expresar sus
ideales éticos; de hecho, sus con-
ceptos y sus sensibilidad están
conformados por esos ideales: si
ama la vida, tiene una necesidad
avasallante de conocerla, cambiar-
la, de tratar de hacerla mejor.
Siete obras maestras son el legado de
Tarkovksy. A algunos críticos les ha pa-
recidoun legadomagro.Otros, califican
el cine del ruso como un cine pretencio-
so, difícil, adusto. Tarkovsky cuenta en
sus diarios que un obrero de Leningra-
do, le mandó una vez la siguiente carta:
Le escribo a causa de
El espejo
, una
película de la que nisiquera podría
hablar porque la estoy viviendo.Es
una gran virtud el poder escuchar
y entender...Éste es el principio de
las relaciones humanas: la capaci-
dad para entender y perdonar a la
gente sus faltas involuntarias, sus
fallas naturales. Ojalá la gente pue-
da entender y experimentar impul-
sos comunes, humanos, tanto los
propios como los de los demás.
El cine de Tarkovsky es un cine sin
complacencias, sin asesinatos gratui-
tos, sin efectos especiales, sin chistes
fáciles ni gracejos para intelectuales;
es un cine que no subestima la inteli-
gencia del espectador ni asume que su
voluntad es sólo entretenerse, o mejor
dicho: asume que quien ve la película
busca no sólo entretenimiento, busca
también la felicidad, la vitalidad del
arte. El cine de Tarkovksy es pretencio-
so no a la manera de la intelectualidad
joligudense que se asume superior al
resto del mundo e interpreta que los
públicos son estúpidos: todo lo contra-
rio, es pretencioso porque pretende al-
canzar la felicidad, transformar la vida
mediante un simple y minúsculo filme
hecho con amor ¡Vaya pretensión!
Aleksandr Nikiláyevich Sokúrov,
es otro cineasta ruso pretencioso. Ex-
plícitamente ha reconocido en más de
alguna ocasión su gusto por los filmes
de Tarkovsky; se ha declarado, incluso,
su discípulo. Y aunque occidentalmen-
te entendamos el discipulado como
algo de dos, algo entre un maestro y
un discípulo, algo entre los vivos y no
los muertos, en este caso es diferente.
Muerto hace veinte años Tarkovsky,
Sokúrov ha aprendido de su ausencia,
de las palabras que dejó en sus libros y
en sus películas. Ambos se conocieron
y trabaron amistad a mediados de 1970,
pero el aprendizaje definitivo para So-
kurov no le viene del Tarkovsky vivo,
y quizá ni siquiera sólo del Tarkovsky
muerto sino de la suma de los muertos
que hablan a través de sus películas, de
los vivos y los muertos, del arte vivo de
todos nuestros muertos.
Giotto y Cimabue —representa-
dos magistralmente por José María
Obregón en una tela inspirada por
Giorgio Vasari y su
Vidas de los más
excelentes pintores, escultores y arquitec-
tos
— guardan una semejeanza en esa
relación de los cinesatas rusos. La le-
yenda quiso que el maestro florentino
encontrara al niño genio pintando en
las rocas y, justo en ese momento, lo
eligió. Pero los hechos muestran otro
sentido de los acontecimientos para
Giotto, la barriga de sus personajes, las
almenas de sus castillos y los dedos de
sus niños dioses, dan cuenta de que
no fue Cimabue quien eligió a su dis-
cípulo, sino Giotto quien eligió a su
maestro. Como si pudiéramos pensar
que así como las verdaderas amis-
tades apenas se eligen —se aceptan
fatalmente— el destino hila y deshila
encuentros entre artistas, pintores, ci-
neastas... seres todos geniales que se
aprenden mutuamente, que se ense-
ñan mutuamente, en una cadena infi-
nita de aprendizajes electivos.
Este mes, presentamos tres de las
siete obras maestras de Tarkovsky junto
a dos filmes de su amigo Sokúrov para
dar muestra de esos aprendizajes, que
más de una vez y con lamás enorme jus-
ticia, se vuelven, elecciones, dilecciones,
predilecciones.
Consulta cartelera.
En el mes de agosto, proyectamos tres de las siete obras
del cineasta ruso Andréi Tarkovsky y dos de su heredero,
Aleksander Sokúrov, como un homenaje a todos aquellos
artistas, maestros y discípulos cuya más grande pretensión ha
sido transformar el mundo mediante el arte.
José María Obregón,
Giotto y Cimabue,
1857.
Fragmento de
Stalker
, 1979.
Fragmento de
Nostalgia,
1983.