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mayo
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2013
CINE
LA FLAGELACIÓN DE CRISTO
O EL COLOR DE LA SANGRE
»
OSWALDO TRUXILLO
S
egún la medicina moderna,
la sangre no es precisamente
roja, o mejor: la sangre no
es siempre del color rojo con el que
comunmente se asocia la sangre. Esto
que parece un mero juego de palabras,
encierra un problema del lenguaje del
que dan cuenta los diccionarios. El
Diccionario del Español de México
, por
ejemplo, define sangre como “líquido
más o menos espeso, de color rojo...”;y
a su vez, bajo
rojo
enlista como prime-
ra acepción “del color de la sangre...”.
Esta definición del DEM, además de
situarnos frente al problema de las
tautologías léxicas, realza la fuerza de
los estereotipos culturales en la forma-
ción de los idiomas. Para la historia no
hay cosa más prototípicamente roja
que la sangre y viceversa, no hay color
más sangriento que el rojo —o más
sanguíneo, como preferían decir los
tratadistas medievales en la teoría de
los cuatro temperamentos.
Pero volviendo a la medicina mo-
derna, podemos afirmar que la sangre
puede ser no sólo roja, o mejor dicho,
puede ser roja de varias maneras: roja
brillante, adamantina, bermeja, según
sea capiliar o arterial, oscura incluso,
azulosa y sombría cuando está desoxi-
genada, y más aún, si se oxida, podría
semejarse al color del café (ahí tienen
otro problema tautológico cultural,
entre el marrón y la bebida estimulan-
te de jeques y pastores etiopes).
Eso en cuanto a la medicina mo-
derna. El libro medieval,
Livre des
simples
médici-
nes
, por su parte,
nos avisa que
una manera de
obtener el rojo
necesario para
las paletas de los
pintores medie-
vales debió ser la extracción del mine-
ral conocido como hematita. Hemati-
ta debe su nombre al griego
aima
, que
significa sangre, lo cual nos devuelve al
problema de las palabras y las cosas, de
los nombres y las cosas, y por fin, al de
los nombres y de las tincturas.
Ahora citaré a Jaime Cuadriello,
quien en el primer tomo del
Catálogo
comentado del acervo del Museo Nacio-
nal de Arte. Nueva España
, afirma que
para la
Flagelación
, Nicolás Enríquez
debió tener en mente —conocer al
menos— estas líneas de la mística Ma-
ría de Jesús de Ágreda:
Dos en dos le azotaron. Los prime-
ros con unos ramales de cordeles
muy retorcidos, endurecidos y
gruesos levantaron grandes carde-
nales y verdugos. Otros dos, con
ramales de correas como riendas
durísimas rompiendo todas las
ronchas y cardenales que los pri-
meros habían hecho y derramando
la sangre divina [...] derribando al
suelo muchos pedazos de [su car-
ne] y descubriendo los huesos en
muchas partes de las espaldas y
en algunas se descubrían en más
espacio del hueso que una palma
de la mano.
Cardenales y verdugos son términos
que, aunque se refieren al producto y
forma de las héridas más que a su tinc-
tura, bien podríamos llamar coloridos.
Roja la sangre, rojas las héridas, rojos
los verdugos y hasta los huesos. El pro-
blema de cuáles tincturas y cuáles ro-
jos precisamente mezcló Enríquez en
su paleta para
La flagelación
de 1729,
es uno que no estoy capacitado para
resolver, pero que me gustaría dejar
como acicate para todo aquel que con-
temple el cuadro: dónde se rubrican
los bermejos y los hematitos, dónde
los amoratados y los cardenales, dón-
de los rubicundos y rosados.
En todo caso, y por un proceso de
alquimia, el cine ha buscado teñir sus
rojos con sus propias paletas. Este mes
proponemos un abanico de películas
que lidian con el vigor y la violencia del
color sanguineo. En primer lugar, en
El evangelio según san Mateo
, el italiano
Pier Paolo Pasolini se ha dado el lujo
del blanco y el negro, desconcertando
a los que piensan que un rollo de filme
con esas características no puede con-
tener sus variopintos espectros. Luego,
en
La propuesta
—un western extraña-
mente australiano— su director John
Hillcoat aborda no sólo el problema
de la representación hemática, sino de
la escenificación de los azotes contra
la espalda de un héroe distante de la
piedad cristiana pero paciente de un
similar y doloroso despellejamiento.
Era imposible, finalmente, ignorar
el fenómeno del cine
gore
, o
splatter
,
que mejor sería llamar en castellano
el
cine de lo cruento
. En él, con poco
presupuesto y medianos resultados,
se reproduce el derramamiento de
sangre hasta la saciedad y, la mayoría
de las veces, hasta el ridículo. Piedad
y perversión: devoción y risa. Es sig-
nificativo que haya sido un mexicano
texmex, Robert Rodriguez, uno de
los que haya popularizado el género.
Rodriguez junto con otro cineasta de
ascendencia también latinoamericana,
George Romero, se disputa con una de
sus primeras películas
Del crepúsculo al
amanecer
, el dudoso cielo de la estética
de la sangre. Digo que es significativo
que sea mexicano pensando en Enrí-
quez — y no sólo Enríquez, Morlete
Ruiz, Ovalle y otros novohispanos que
hicieron de la imaginería cruenta un
acto piadoso— aunque no sé exacta-
mente qué signifique esa coincidencia.
Quien quiera sacar sus conclusiones,
sin embargo, está invitado a hacerlo en
nuestras sesiones de cineclubismo.
PANTONE 181
PANTONE 1955
PANTONE 1807
PANTONE 200
PANTONE 1817
PANTONE 202
PANTONE 187
PANTONE 179
PANTONE 188
PANTONE 180
PANTONE 1945
PANTONE 1797
PANTONE 186
¿DE QUÉ COLOR ES LA SANGRE? NICOLÁS ENRÍQUEZ EN UNA ESCENA QUE FORMA PARTE DE LA VASTA ICONOLOGÍA DEL VIA CRUCIS,
LA FLAGELACIÓN
,
RECURRE A UN ABANICO DE ROJOS QUE EN EL CINE HAN SIDO REFORMULADOS POR LOS “ESTETAS” DE LA SANGRE.
Lo que los antiguos significaban con metáforas como coloratus, vermiculus, hematitis, carminus, etc. los modernos lo categorizan bajo un espectro serial conocido como Pantone.