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Núm. 4
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MAYO
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2012
Los talleres son principalmente para niños y jóvenes y ofrecen oportunidades para crear piezas que
se relacionan con las temporales.
1942
El 1 de mayo de 1900 nació en Papantla, Veracruz, el poeta y crítico
Manuel Maples Arce
,
fundad r y teórico del movimiento estridentista que, motivad por la poesía y el futurismo italiano,
irrumpió en el panorama cultural en la década de 1920; su sede era
El café de nadie
, representado
en una pintura de Ramón Alva de la Canal.
00
C i e n a ñ o s d e l p a l a c i o d e c o m u n i c a c i o n e s
Patria de la otra memoria
Con mis
mejores deseos
A
dolfo
C
astañón
/
escritor
D
r
. X
avier
G
uzmán
U
rbiola
/
arquitecto
E
l antiguo Palacio de Comunicacio-
nes construido por el arquitecto
italiano Silvio Contri en la ciudad de
México, además de ser un espejo
ejemplar del estilo híbrido de la épo-
ca llamada convencionalmente mo-
dernista —con su mescolanza festiva
de líneas góticas, trazos helénicos,
ángulos románicos, curvas barrocas y
bizantinas, rayanas a veces en lo mo-
risco— abre sus puertas y ventanales,
comunica, con inquietante precisión,
hacia el mundo del sueño, hacia el
otro continente que se abre bajo los
párpados (para saludar al paso a Ja-
cobo Siruela). No parece un edificio
convencional este enjambre de espa-
cios y geometrías que aloja dese hace
treinta años al Museo Nacional de
Arte y fue antes edificio de telégrafos
y hasta sede del Archivo General de
la Nación —funciones todas que aún
parecen cumplirse en un sentido la-
tente o subliminal entre sus pasillos y
corredores que parecen hechos para
el juego y la danza, la fiesta, el paseo,
el ritual ameno de la convivencia.
Se alza entre sus patios, piedra a
piedra, peldaño a peldaño como un es-
pacio de fantasías petrificadas, con sus
amplias escaleras que serpentean ha-
cia una poética de las esferas encan-
tadas, que parecen desembocar, como
un río de formas arquitectónicas, en
el ámbito de la otredad deseante que
ellas mismas, en su laberinto, evocan
y hasta parecerían proyectar espontá-
neamente… No sabemos (o preferiría-
mos no saber) a qué genial eminencia
gris se le ocurrió susurrar al oído ade-
cuado y ejecutivo hace treinta años
que se alojaran aquí, en esta forma
tan rara, en este espacio tan palacio
las nobles colecciones y acervos que
conforman ahora el Museo Nacional
de Arte. Sólo podemos constatar que la
decisión dio en el blanco que está col-
gando en el muro del tiempo. Y es que
en la fibra más íntima de los cuadros
y obras aquí expuestas —pongamos
por ejemplo extremo las obras de José
María Velasco, contemporáneas por
cierto del edificio— parece estremecer-
se el mismo aire epocal que recorre el
edificio. Epocal: referente a la época, a
esa edad del modernismo en la cultura
que jugaba a poner entre paréntesis
(epoché) al mundo para evadirse de él:
desde la epojé: epocal así en un doble
sentido, como en un juego de espejos
que parece ser la regla de construcción
que recorre su art-kitschetectura. El
Palacio habla: hace una vasta crónica
impersonal de los tiempos que fueron
y que no fueron; cuenta arterciopela-
damente el drama o tragedia de una
nación vacilante en busca de sus más-
caras y de sus rostros; canta con sus
piedras el tesoro de la memoria perdi-
da del tesoro…
Al trasponer las grandes puertas
férreas de este Palacio, no siempre
evoco a los temblorosos personajes
de Franz Kafka que merodean alrede-
dor del Castillo; vienen a mí más bien
los perfiles de aquellos antiguos y vie-
jos sabios chinos que sabían practicar
el arte de hacerse pequeños como
una mota de polvo para explorar des-
de lo ínfimo e íntimo las entrañas de la
roca tapizada de cristales.
No extraña que este antiguo Pa-
lacio de Comunicaciones que tanto y
tan bien lleva su nombre, tienda co-
rrespondencias con los poemas de
Rubén Darío y los dramas de Gabrielle
D’Annunzio con las circunvoluciones
prosódicas de José Enrique Rodó y
de Leopoldo Lugones, haga guiños al
bestiario musical, a veces trágico, a
veces cómico, a veces mustio de los
compositores de fin de siglo
xix
y albo-
res del
xx
como Richard Wagner, Hec-
tor Berlioz, Giacomo Puccini, Richard
Strauss, Isac Albeniz.
Para nadie es secreto: se trata de
un lugar auspicioso para el ensueño,
un territorio que alguna vez fue exó-
tico y que ahora se ha naturalizado
entre nosotros como los aerolitos que
lo vigilan enfrente desde el Palacio
de Minería, exótico como la estatua
del Caballito al cual también nos he-
mos acostumbrado sin preguntarnos
más… Estas pueden ser quizá algunas
explicaciones de por qué sentimos
que este Palacio está habitado por
el sueño creador de la obra de arte,
de por qué se siente como un ámbito
abierto al despertar en lo otro.
S
ilvio Contri fue el proyectista de
uno de los primeros edificios
multifuncionales del México contem-
poráneo; me refiero al High Life, que
combinaba comercios en planta baja
con oficinas en altura, servidas por un
elevador (1920-1922). Era un arqui-
tecto dotado de un espíritu moderno y
una gran sensibilidad. ¿Pero de dónde
le venían estas características a su
persona y obras?
El edificio que conocemos hoy
como Museo Nacional de Arte, tiene
una historia azarosa, como tantos
otros que forman nuestra infraes-
tructura cultural. El mismo Contri lo
levantó en el corazón de la ciudad.
Recibió el contrato de la Secretaría
de Comunicaciones y Obras Públicas
(1902), pero le tocaron tiempos de
una gran intensidad, igual que al Pala-
cio de la Ópera de Adamo Boari, igual
que al Palacio Legislativo de Émile
Bénard, igual que a tantos otros más.
Sin embargo, en este caso, Contri sí
logró concluirlo entre 1904 y 1912,
con todo y el arranque de una revolu-
ción de por medio. Para hacerlo debió
previamente demoler otro inmueble
venerable, el llamado Hospital de San
Andrés, de abolengo colonial. El resul-
tado es magnífico: su plafones decora-
dos admiran a propios y extraños; su
escalera helicoidal de hierro colado es
impresionante por su vanguardismo,
esbeltez y decoración; su patio interior
es un remanso de la ciudad... y eso
era lo que una época denostada en-
tendía como el ambiente ideal para el
trabajo, que Contri imaginó, materiali-
zó y legó al país.
El edificio que fuera durante años
la sede de aquella secretaría devino,
con una serie de reformas (1982) y
una restauración meticulosa en mu-
seo (1997 a 2000), pero antes alber-
gó, por ejemplo, al Archivo General de
la Nación, es inimaginable hoy, en sus
pisos superiores. ¿Cómo logró dicha
dependencia adaptarse a un espacio
tan reducido? ¿Cómo soportó el peso
de todos aquellos papeles? La razón
está en su estructura (de acero rema-
chado y muros divisorios de tabique),
tan sobrada, previsora y moderna.
Pero, a los azares de su edifica-
ción, a su belleza, buena factura y a los
destinos propios y accidentales que
le fueron asignados, hay que agregar
los sueños, que incluyéndolo, ahí se
forjaron durante años. ¿Cuántos pro-
yectos previos existieron para arreglar
la plaza? ¿Quién conoce a detalle la
magnífica propuesta del arquitecto Al-
fonso Pallares para transformar aque-
lla zona en lo que él imaginó como “el
segundo centro de la ciudad”?
Esta construcción fue pues el labo-
ratorio de Contri para conocer la histo-
ria edilicia del país a donde llegó a tra-
bajar. Entre su historia, los accidentes,
la realidad, y los sueños y aspiraciones,
quedan estos últimos para celebrar
sus primeros 100 años. El Munal es
un edificio de una nobleza y tal versa-
tilidad, que lo hacen poseer un poten-
cial de verdad proverbial para vivir sus
siguientes 100 años. ¡Felicidades!
Mariano Coppedé quien, junto con sus hijos, realizó las pinturas de plafones y muros estucados
del Munal; así como los detalles de madera esculpida en zócalos, lambrínes y arquitrabes.