Página 17 - 03_Abril

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Núm. 3
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abri l
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2012
Abril 6 de 1917. Nace en Clayton Green, Inglaterra,
Leonora Carrington
, ligada desde muy joven al
movimiento surrealista de André Breton; es autora del libro de cuentos
La casa del miedo
. En 1942
emigró a México, donde continuó su producción hasta su muerte.
1917
SINFONÍA EN LAS
MONTAÑAS
G a b i n e t e d e c u r i o s i d a d e s
Acerca de Nubes sobre el valle
de México del Dr.Atl
Bernardo Esquinca
Gerrardo Murillo “Dr. Atl”
Nubes sobre el Vallle de México,
1933
Atlcolor sobre plancha de asbesto
A
ntes de que el valle de Mé-
xico quedara sumido en una
nata de esmog, hubo artistas
que inmortalizaron su imagen idílica.
Uno de los más representativos fue
José María Velasco, quien en el siglo
xix pintó los volcanes en medio de
una atmósfera diáfana y un paisaje
transitado por trenes y campesinos;
una serie de cuadros que hoy en día
podrían parecer escenas sacadas de
una película de ficción, y no de un
pasado real. Pero fue Gerardo Muri-
llo, mejor conocido como el Dr. Atl,
quien ya entrado el siglo xx supo
captar en su dimensión más pode-
rosa el hechizo del lugar en donde
fue fundada la antigua Tenochtitlán.
Aficionado a la vulcanología y
a las investigaciones químicas –a
partir de las cuales creó los famo-
sos
atlcolors
con los que pintaba–,
Murillo vivió durante una tempora-
da en los volcanes Popocatépetl e
Iztaccíhuatl, hecho que le permitió
conocer como pocos los misterios
telúricos y los climas de la zona, y
que dio como resultado el libro
Sin-
fonías del Popocatépetl,
un volumen
misceláneo que conjuntó pinturas,
dibujos y reflexiones escritas; “rea-
lidades maravillosas de un mundo
interior”, como él mismo las llamó,
y que no eran otra cosa que un ma-
nifiesto a su amor por las montañas.
A pesar de haber pintado ese
paisaje en toda su magnificencia
en numerosas ocasiones, fue el
mismo Dr. Atl quien supo vislum-
brar el futuro apocalíptico que le
aguardaba a su adorado valle y a la
urbe en expansión. En los apuntes
de
Sinfonías del Popocatépetl
escri-
bió: “Sobre el cráter, en la cima del
Popocatépetl, volví a contemplar el
Mundo. Lo vi rojo de sangre, deso-
lado. Entre las ruinas humeantes
de las ciudades y sobre los campos,
gemían los pueblos. Donde había
un bosque, nació un cementerio;
sobre los huertos blanqueaban las
osamentas humanas; donde había
un árbol apareció una cruz. El sím-
bolo de la muerte se erguía por do-
quier señalando la destrucción”.
Como señala Sergio González
Rodríguez en su libro
De sangre
y de sol
, el citado párrafo es un
“acierto visionario que refleja lo que
vivió el resto del siglo xx”. No fue
gratuito: Murillo buscaba lo primi-
tivo como respuesta ante la crisis
moderna. Sus volcanes en erupción
y sus nubes gigantescas eran un lla-
mado a poner la mirada en lo esen-
cial, en aquello que significa un re-
galo y que nadie debe competir por
alcanzar: la naturaleza.
En el cuadro que hoy nos ocu-
pa, y que Murillo pintó en 1931, son
precisamente las nubes lo que más
llama la atención. Titanes que se
agolpan sobre el horizonte hasta
combarlo, parecen reunirse para
atestiguar el fin de un antiguo rei-
nado: el de las montañas y el lago,
el del verde y el azul, destinados
a desaparecer bajo los gases de las
fábricas y la contaminación de los
automóviles. La pintura del Dr. Atl
nos recuerda que no venimos del
concreto y el acero, sino de un ori-
gen épico y sagrado; el valle y sus
guardianes: el guerrero y la mujer
dormida.
Actualmente
esta obra se
encuentra en
préstamo para
la exposición
temporal
Gerardo murillo
“Dr. Atl” crónica
de un paisaje
vivo
en El Museo
Colección
Blaisten, Centro
Cultural
Universitario
Tlatelolco