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acido en abril de 1832 y fallecido en junio de 1907, Hermenegildo Bustos permaneció casi toda su vida
dentro de los confines de Purísima del Rincón, Guanajuato, su poblado natal. Fundado en 1603 junto con
su pueblo hermano, San Francisco del Rincón, Purísima tenía seis mil habitantes en el siglo xix;
su fuerte raigambre católica no le impedía contar con un sólido prestigio liberal que enorgulle-
cía a sus pobladores y que se vio refrendado en febrero de 1858, cuando Purísima aco-
gió por espacio de dos semanas a Benito Juárez. Recién nombrado Presidente de
la República por primera vez, Juárez venía de la capital guanajuatense; al ser
recibido con júbilo en Purísima, decidió instalar su despacho en la sede
del Ayuntamiento. En ese despacho se presentó una mañana Herme-
negildo Bustos con la idea de retratar a Juárez, que accedió a la
propuesta; según cuenta Raquel Tibol, el retrato estuvo en casa
de Bustos hasta la muerte de este, y luego la obra pudo ser
destruida. En 1956, Purísima del Rincón se rebautizó como
Purísima de Bustos en honor del artista que le dio rostro.
Pintor desde su temprana juventud, Hermenegildo
Bustos tenía alma de cronista: registraba nombres, fe-
chas y sucesos con minuciosidad. Tal espíritu era he-
reditario: su padre, el campanero José María, fue un
fervoroso practicante de la memoria escrita que
redactó numerosas páginas donde consignaba
hechos de la vida en Purísima del Rincón. Bus-
tos cierra la descripción de
Fenómeno
(1883),
uno de sus cuadros más bellos, con una frase
que evidencia la pasión por ser preciso: “Yo
estuve con ese cuidado de observar.” Este
cuidado se gestó desde que Bustos, auto-
didacto por excelencia, “pretendió recibir
algunas enseñanzas”, según anota Walter
Pach; el mismo historiador añade que, al
ser objeto de burla de los otros estudian-
tes, Bustos renunció a la educación y re-
gresó al campo. Aislado en su pequeño
entorno pueblerino, el pintor se dedicó a
consultar libros en busca de recetas para
preparar colores. El cuadro más antiguo
que se conserva, el retrato del presbíte-
ro Vicente Arriaga, data de 1850, cuando
Bustos tenía dieciocho años, y en él ya
hay un ojo plástico definido: el rostro de
tres cuartos, la vista que el retratado fija
en el espectador, el tratamiento de la luz
en la piel que remite a ciertos pintores
flamencos.
Una de las características más sorprendentes de
los retratos de Hermenegildo Bustos es su poder de
penetración psicológica: las facciones trascienden el
paso de los años y transmiten sentimientos intemporales.
Paul Westheim dijo que el pintor aprehendió la “vivencia
[del] alma” de cada retratado y “a lo esencial se concretó”. Esa
esencia, no obstante, se concentra en los rasgos faciales: Bustos
redujo al mínimo necesario el cuerpo de sus personajes. Además
del rostro, los bustos de Bustos cuentan con otro elemento corporal
que nos permite acceder a su espíritu: las manos, empeñadas en soste-
ner objetos (papeles y libros, bastones y carteras, monedas y alhajas) que
constituyen otra seña de identidad. Poco importa que varias de esas manos
sean “anatómicamente defectuosas”, como opinó Jesús Rodríguez Frausto; importa
que toda una comunidad haya sido inmortalizada por un artista autodidacto que supo
percibir lo que late más allá de la piel.
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Abril 4 de 1915. Nace en Danzig, Alemania,
Mathias Goeritz
, arquitecto y artista, que arribó a México
en 1949; promovió el Eco Museo Experimental y la creación de la Ruta de la Amistad con motivo de las
Juegos Olímpicos de 1968. Es autor, junto con Luis Barragán, de las Torres de Satélite.
1915
Núm. 3
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Abri l
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2012
r E T R A T O S H A B L A D O S
Hermenegildo Bustos,
Autorretrato
, 1891.
Óleo sobre lámina
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