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Núm. 2
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marzo
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2012
1942
F
igura trágica por excelencia, Abraham Ángel
fue comparado con el poeta francés Arthur
Rimbaud (1854-1891) por Alfonso Reyes: un
símil justo. Ambos entablaron un vínculo sentimen-
tal con sus respectivos maestros: Rimbaud con Paul
Verlaine, Ángel con Manuel Rodríguez Lozano. El
primero renunció a la literatura a los veinte años,
luego de haber escrito dos libros emblemáticos
(
Una temporada en el infierno
e
Iluminaciones
);
Ángel murió a los diecinueve, dejando una veintena
de cuadros recorridos por un impulso casi infantil.
“Érase un niño. Pintaba/ con su tierra mineral./ La
tierra, como leal,/ dicen que se le entregaba”, lee-
mos en un poema de Reyes, que además se refirió
a Ángel en uno de sus ensayos con estas palabras:
“Aconteció el meteoro, brilló y se extinguió el niño
predestinado, Abraham Ángel. Y ya estaba logrado
el prodigio.” Otro escritor que refrendó esta admi-
ración fue José Bergamín al hablar del “malogrado,
aunque tan maravillosamente logrado en su pintu-
ra, Abraham Ángel”, y al describir su labor plástica
como “una incendiada primavera juvenil” que que-
ma “con viva llamarada”. Esa llamarada, por desgra-
cia, se extinguió muy pronto.
Nacido el 7 de marzo de 1905 en El Oro, Esta-
do de México, Abraham Ángel Card Valdés fue el
menor de cinco hijos de una pareja rota. Su padre,
Lewis Edward Card, fue un minero escocés empe-
ñado en la búsqueda de fortuna; su fascinación por
las mujeres y el juego lo hizo desentenderse de la
familia para entregarse a una vida aventurera. Ante
esta situación su esposa, sinaloense de origen, de-
cidió abandonar el Estado de México y mudarse a
Puebla. A los once años, Abraham Ángel se trasladó
a la Ciudad de México con su madre y dos herma-
nos; Adolfo, el hermano mayor que fungía como ca-
beza de la familia, heredó la rigidez protestante del
padre. En esa atmósfera floreció el espíritu libre de
Ángel, que oyó el llamado de la pintura en la ado-
lescencia: la Academia de San Carlos se volvió su
meta. Al anunciar su inclinación por el arte, Ángel
se topó con el desacuerdo de su hermano Adolfo y
fue expulsado de su casa. Entonces se desprendió
de sus apellidos y salió a enfrentar el mundo: un
enfrentamiento que pudo ser más amable gracias a
la tutela de Manuel Rodríguez Lozano.
La atracción entre maestro y alumno fue
fulgurante: Rodríguez Lozano llegó a decir que
Abraham era el mejor pintor de América. Ángel
no tardó en mudarse con su tutor; por supuesto,
la relación sentimental no estuvo exenta de tem-
pestades. Se dice que la mayor tempestad la desa-
tó Julio Castellanos, otro pintor joven favorecido
por la atención de Rodríguez Lozano. Acosado
por los celos, seguramente despechado, Ángel se
inyectó un gramo de cocaína en el muslo el 27 de
octubre de 1924; la muerte, que aún no se sabe
si fue suicidio o accidente, ocurrió en la casa de
Rodríguez Lozano y cimbró al medio cultural. Al
día de hoy se sigue cuestionando el acta de de-
función, donde se asienta que el joven de die-
cinueve años falleció debido a una “cardiopatía
congénita”. Lo cierto es que uno de los últimos
cuadros de Abraham Ángel, fechado en 1924, se
titula
Me mato por una mujer traidora.
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El 29 de marzo de 1933, nació en Zurich, Suiza,
Roger von Gunten
, pintor y escultor que arribó a nuestro país en
1957, vinculándose a los miembros de la “Ruptura”; su obra plástica es de apariencia abstracto-figurativo.
r E T R A T O S H A B L A D O S
ABRAHAM
ÁNGEL
(1905-1924)
La vida de cada artista
compone un retrato que
acompaña su obra. Esta sección
busca captar ese retrato.
E
l
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Abraham Ángel,
Autorretrato
,1923 (detalle)