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Juan Manuel Corrales Calvo
remanso de paz que siempre recordó y al que debe adaptarse su reciente es‑
posa, para quien el cambio supuso iniciar una nueva fase de su vida, a la cual
se adaptó sin problemas.
Seguramente nuestro pintor se cuestionó sobre qué hacer y decidió
acertadamente crear la Academia de Pintura de Saltillo. Este proyecto estaba
avalado por su sólida y reconocida trayectoria, así como por su intachable
forma de vida; éstos y otros factores hicieron que el Gobernador del estado,
el general Luis Gutiérrez, ayudara de forma decisiva a su creación.
Rubén Herrera, un tanto alejado de los movimientos de la plástica mo‑
dernista posrevolucionaria mexicana, decide hacer una exposición de sus
obras en la capital del país, inaugurada por el presidente de la República
Álvaro Obregón, en el Salón Bach, y a la que asistió el gabinete en pleno y
una gran cantidad de invitados. La exposición tuvo una gran acogida por
parte del público y la crítica, y fue comentada ampliamente en los diarios
El
Universal
,
Zig-Zag
,
Revista de Revistas
,
Excélsior
,
(Fig. 8)
El Heraldo de México
,
El Demócrata
y
La Raza
.⁸
Durante los siguientes años, Herrera se entrega a su tarea como maes‑
tro de dibujo y pintura en cuerpo y alma. En todo momento aplica en sus
clases las técnicas aprendidas durante su estancia en Roma. Está convencido
de que el dibujo al natural es esencial para el aprendizaje de los alumnos y
contrata para ello modelos de tipo popular, en algunos casos con marca‑
dos rasgos indígenas; le gustan las caras grabadas por el paso de los años,
con arrugas, cargadas de significados, con fuertes y sensibles expresiones.
De igual forma sabe que los bodegones y las naturalezas muertas son parte
importante del trabajo con sus pupilos, para sacar de ellos la transparencia de
un vidrio o los reflejos de una porcelana, junto con los libros, los cráneos y
objetos de brillos más profundos. Las frutas, hortalizas y flores representan
un gran reto para ellos, ya que su frágil vida les obliga a captar su esencia con
rapidez y destreza. Por ese entonces, organiza algunas exposiciones como la
que se llevó a cabo en el Ateneo Fuente, en 1921, o la realizada más tarde en
la Ciudad de México, auspiciada por la Cruz Roja, en 1929.
A medida que los alumnos iban tomando fuerza y seguridad en los
trabajos que realizaban, les iba adentrando en otros terrenos técnicos; prime‑
ro, eran el lápiz y el carbón los materiales empleados; les enseñaba a trazar y
a difuminar las sombras para conseguir así los volúmenes de los objetos. Una
vez superada esta fase, en la cual era un estricto maestro, seguía la acuarela,
el óleo y el pastel. Estas técnicas artísticas requerían en algunos momentos
de gran seguridad en su ejecución —como sucede por ejemplo en la acuare‑
la—, ya que no permiten rectificaciones. En el caso del óleo, comenzaban las
enseñanzas con ejercicios simples de color y materia para que los docentes
7.
Artemio del Valle Arizpe, carta firmada en
París el 15 de abril de 1920, Archivo del Museo
Rubén Herrera, Saltillo, Coahuila.
8.
El Universal
, 13, 16, 18, 19 y 28 de marzo de
1922;
Zig-Zag
, 28 de marzo de 1922;
Revista
de Revistas
, 19 de marzo de 1922;
Excélsior
, 19
y 26 de marzo de 1922;
El Heraldo de México
,
18 y 19 de marzo de 1922;
El Demócrata
,
14, 18 y 19 de marzo de 1922;
La Raza
, 18 de
marzo de 1922.