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La pasión de un académico
Con el ascenso del maderismo, los Martínez de Hoyos se trasladaron
a vivir a la Ciudad de México. Tenían su casa en la colonia Roma. Oliverio
hizo su primaria en la Escuela Horacio Mann. Poco después, existen docu‑
mentos y datos sobre el paso de Oliverio por el bachillerato, mismos que
dejan ver su afición por la aritmética, el algebra y la geometría.⁶ Después de
la fase más violenta de la Revolución, la familia regresó a San Antonio, Texas.
Oliverio fue un buen hijo, hasta que no pudo continuar satisfaciendo los de‑
seos de sus padres.
¿Un autodidacta o un académico?
Los autores que se han ocupado de la vida y el trabajo de Oliverio se detie‑
nen en uno de sus primeros momentos cruciales. Repiten una y otra vez que
aunque ingresó a la carrera de Medicina, desistió de terminarla. Entonces, su
madre lo sentenció: “no quiero vagos en casa”.⁷ Él, a sus 24 años, optó por
viajar. Su familia mantenía contactos en Nueva York, por lo que se trasladó a
esa ciudad y comenzó a trabajar con los hermanos de su madre, en la ofici‑
na de los Ferrocarriles Nacionales de México. Compartió habitación con dos
muchachos que enfermaron y, al parecer, murieron de tuberculosis. Se ha
escrito infinidad de veces, sin prueba alguna, que tal vez en aquel puerto
inició su contacto con el arte, en específico, con la escultura, y aún que po‑
dría haber “tomado algunos cursos”.⁸ Cuando volvió a México, dos años des‑
pués, pasó un tiempo recuperándose en la sierra de Durango de la misma
enfermedad que padecieron sus compañeros. Sin embargo, en su caso la
afección no llegó a vencerlo, al menos no de momento. Se ha dicho asimis‑
mo que estos dos años fueron críticos en su vida —y vaya que si lo fueron.
Pero, algo en lo que no se ha reparado, es que de esta época proviene la auto‑
conciencia de su fragilidad física.
Una vez recuperado, Oliverio viajó a la Ciudad de México para inscri‑
birse en la Academia de San Carlos donde estudió escultura (1927).
Ingresó
también al taller particular de su maestro José María Fernández Urbina, entre
noviembre de 1928 y abril de 1929.⁹ Para 1928, Fernández Urbina “defendía
el trabajo académico”.¹⁰ Oliverio empezó a recibir reconocimientos; en sep‑
tiembre de 1928, ganó el premio convocado por Alfredo Ramos Martínez; y,
en septiembre de 1934, el concurso para la obra escultórica del Monumento
a la Revolución. Fue maestro, presidente del jurado del concurso que convo‑
có el Partido Nacional Revolucionario en abril de 1933, y “ayudante” y maes‑
tro del taller “E” en la Escuela de Talla Directa (1936). ¿Cómo se explica esto
en un “autodidacta”,¹¹ lo cual se ha repetido hasta la saciedad?¹² No fue
un alumno ortodoxo ni asistió mucho a la escuela, pero se formó en un par
de ambientes académicos y su obra así lo muestra.
(Fig. 3)
Hacia 1929 completó su carácter: agregó una sensibilidad sublimada
por su conciencia frágil que parece explicar su exaltación artística y su furor
creativo. Fue un apasionado de su trabajo y de sus amores. Inició por enton‑