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que lo habían confinado. Puede colegirse que el
final traslado de su pintura a una ambientación
nocturnal de luto y guerra es otro modo del de-
safío al estado de cosas vigente contra el que se
rebeló en sus duelos por los vivos y los muertos.
Se ha señalado también que esos duelos apunta-
rían a la muerte trágica de sus allegados, como el
pintor Abraham Ángel o Antonieta Rivas Mercado.
Es de subrayarse que en su imaginario pictórico,
el dolor será un aspecto distintivamente femenino,
con frecuencia derivado de la acción bárbara del
hombre.
En su extensión luctuosa, el duelo aparece
ya en el temprano cuadro
El velorio
(1927), en
el que una estilización, tocada por el ingenuis-
mo sublimado de los discursos primitivistas y las
escuelas al aire libre, señala la orientación del ar-
tista hacia el arte popular, al que quiso honrar a
la largo de su carrera. Vemos aparecer ahí a las
mujeres dolientes que más tarde serán constan-
tes en su obra, mientras que las coronas mor-
tuorias que acotan el primer plano no dejan de
evocar el ritmo de las “grecas” en combinaciones
de tres en tres del método de dibujo de Adolfo
Best Maugard,
3
método que Rodríguez Lozano
reformó para la enseñanza escolar. Una foto de
El velorio
fue publicada en las primeras páginas
de la revista
Forma,
donde iba a ser acompañada
por una nota elogiosa de la pluma de José Cle-
mente Orozco. Sin embargo, el texto de Orozco
fue rechazado “por entrañar un ataque violento,
dirigido a otro pintor, y muy fuera de la obra juz-
gada”
4
incidente que nos repone el tono de con-
frontación común en la época, del que Rodríguez
Lozano no se desprendió jamás en público.
5
Tan
no se desprendió que hubo de mantener respecto
del propio Orozco un voluble vaivén de elogios y
denuestos en la medida en que Rodríguez Lozano
combatió reiteradamente a los muralistas como
estafadores del pueblo mexicano, al punto de que
no dudó en mencionar a Orozco como “gesticu-
lador”,
6
pasando por alto una vieja amistad y el
hecho de que éste hubiera encabezado en 1941
la protesta del gremio de artistas en contra de su
encarcelamiento en Lecumberri.
7
Vaivenes seme-
jantes timbran el temperamento colérico y volu-
ble, rayano en el patetismo, de un artista que se
reclamaba invariablemente agraviado. En verdad,
mantenía una deuda secreta con Orozco, quien
además de proveer tremendas escenas sintéti-
cas de violencia y lesa humanidad en los dibujos
de su serie “La Verdad”, que fueron expuestos
en 1945, había sido el gran introductor del tema
del duelo luctuoso relacionado con la Revolución
mexicana, del cual Rodríguez Lozano es un con-
tinuador. Si Orozco da aquel título a esa serie de
imágenes atroces desprendidas de la Revolución,
en el centro de las querellas de Rodríguez Lozano
siempre prevalece la voluntad de convertirse en
el más genuino intérprete del pueblo mexicano,
de sus pugnas y desgracias. Una y otra vez de-
fiende, contra Orozco, Siqueiros y Rivera, que él
es el único que ha sabido sumergirse entre las
clases populares, que las conoce de veras, y que
Rodríguez Lozano”,
Forma, núm. 4, 1927,
p. 2.
5
La retórica del denuesto
que abona el elogio fue
una constante de la crítica
cultural en México por lo
menos hasta fines de los
años sesenta del siglo
XX
.
La bel icosidad se
emplazaba como modo de
enunciación a la vez que
categoría de la crítica.
Así, el propio Orozco
3
Método de dibujo.
Tradición, resurgimiento y
evolución del arte
mexicano, México,
SEP
,
1923, pp. 45 y sigs.
4
Nota editorial en el
artículo “Manuel
criticaba solapadamente a
Diego Rivera y a otros
más al elogiar a
Rodríguez Lozano:
“Manuel Rodríguez
Lozano es un PINTOR
[…]. Hay muchos que
embarran color y
estupideces sobre muros y
telas pero NO PINTAN.
Rodríguez Lozano PINTA y
esto en una época en que
parece que se trata de
poner de moda el ídolo de
códice, ¡pobres indios!”
(catálogo Rodríguez
Lozano, México,
Clardecor, 1949.)
6
Rodríguez Lozano pone
este término en boca de
“un siquiatra considerado
el mejor del mundo”,
cuyo nombre,
penosamente admite, no
recuerda; testimonio
improbable, pues el
término se remite sin más
a la pieza homónima de
Rodolfo Usigl i, donde el
dramaturgo designa como
El gesticulador al
demagogo corrupto del
sistema pol ítico mexicano.
Ver Raúl Uribe,
“Rodríguez Lozano
‘mastica cal iche’”,
Pensamiento y pintura,
p. 309.
7
Rodríguez Lozano
reconoció sin embargo
públ icamente esta acción
de Orozco en 1956.
“Como hombre y como
pintor, opino distinto a
Rivera, Siqueiros y
Tamayo”, Ibid., p. 332.