12
Manuel Rodríguez Lozano se propuso hacer un
arte que no fuera “tributario” sino “real, formal-
mente mexicano”, pero no por sus temas ni sus
imágenes, esto es, dejando de atenerse a la sola
anécdota o a lo manido pintoresco. ¿Pudo hacer-
lo? De una obra maestra suya −un asunto de la
devoción cristiana− el crítico de arte Paul Wes-
theim nos dio su veredicto: “Esta Piedad, en su
honda melancolía y resignación, en su contenida
angustia, es una Piedad muy mexicana”. Toda su
producción pide un veredicto amplio, suficiente,
desde hace ya tiempo. Está es precisamente la
nueva apuesta del Museo Nacional de Arte al
ofrecer al público la exposición
Manuel Rodríguez
Lozano. Pensamiento y pintura, 1922–1958
.
Para ello fue necesario el mayor acopio de
fuentes posible, una búsqueda exhaustiva, la
generosa cooperación de muchas personas e
instituciones, un análisis detallado de las piezas
y de los periodos de la historia del arte en que
han sido ubicadas. El resultado, así lo creemos,
es una muestra que permite releer a uno de los
clásicos del arte mexicano del siglo
XX
, valorarlo
estéticamente, asignarle −por parte de los nuevos
espectadores y la nueva crítica− el sitio que con
justicia le corresponda en nuestra pintura y, ante
todo, disfrutar mejor de un trabajo que ha solido
ir acompañado por una leyenda extra artística.
Se trata de una obra a cuya vida interior pa-
recen concurrir por partes iguales el sentimien-
to, el intelecto y el espíritu de su autor. De ahí su
proverbial armonía. Aunque para el Alfonso Reyes
de 1925 primara en ella la razón sobre los senti-
mientos. Los “cuadros −dice− se acaban en su