Página 14 - 24_Octubre2013

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2013
OBRA DEL MES
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VÍCTOR T. RODRÍGUEZ RANGEL
LA CULTURA SINCRÉTICA DE MÉXICO ASOCIA EL MES DE NOVIEMBRE CON LAS CEREMONIAS A LOS MUERTOS. SON TRADICIONES CON MATICES PECULIARES AL
ESTAR APEGADAS A LAS COSTUMBRES INDÍGENAS, QUE SE NUTREN DE LAS COSMOVISIONES PREHISPÁNICAS. LA ORIGINAL FESTIVIDAD DEL DOS DE NOVIEMBRE
INICIA DESDE EL PRIMERO DEL MES. EL RECUERDO PENOSO DE LOS NIÑOS (DIFUNTITOS) QUE PARTIERON A EDAD PREMATURA AL MÁS ALLÁ, TIENE CARACTERÍS-
TICAS DISTINTAS A LA DE LOS ADULTOS, Y EXPRESIONES ARTÍSTICAS DE UN SIMBOLISMO SAGRADO.
A
partir de la antigua creen-
cia hispanoamericana de la
conversión del alma pura del
menor fallecido en angelical, y que
tiene concreción visual en pinturas y
fotografías, se desprende este artículo
sobre dos cuadros ubicados en nues-
tros depósitos -uno procedente de la
vuelta de los siglos XVIII y XIX, y el
otro de a mediados también del XIX-
, en los que se retrató a dos niños de
medio cuerpo, postrados en su lecho
de muerte, en solitario y bajo dos dis-
tintos tratamientos estilísticos.
Si bien la pintura convencional
tiende a generarnos un goce estético
por sus idealizaciones temáticas, in-
dependientemente de su maestría, re-
gión, época, escuela y estilo, también
visualiza asuntos patéticos que nos
despiertan sensaciones perturbadoras.
Acostumbrados a ver en la historia del
arte universal escenas terribles: algu-
nas ejecuciones, Saturno devorando a
sus hijos, asesinatos, los martirologios
u hombres atacados por animales sal-
vajes; no obstante, los cuadros de los
velorios de angelitos no dejan de con-
mover al espectador, por lo profunda-
mente triste que es ver a un inocente
recién desprendido de la vida, no que-
riendo en lo vivencial experimentar
algo parecido en el seno familiar o en
los allegados.
Estos dos cuadros por autores no
identificados, un tanto espontáneos
en su tratamiento plástico y con com-
posiciones de una sola figura, exponen
al niño y a la niña postrados, ausentes
de la vida, en sus camastros funerarios
antes de ser enterrados; los conocidos
velorios de angelitos, esto bajo un arte
regulado por el dogma sobre la idea
del tránsito de sus almas mundanas
en santidades. Este arte ritual de la
muerte niña, para los que no estamos
apegados a las costumbres de registrar
pictórica y fotográficamente a nues-
tros muertitos, y desconocemos su
simbolismo sagrado como estampas
de culto, nos resulta enigmático y nos
inspira a entender la ceremonia. Nues-
tra distancia cultural con el asunto
parte, en primera instancia, del hecho
de que en la civilización moderna se
ha reducido notablemente la alta tasa
de mortandad infantil; ya no se encar-
gan memorias pictórico sagradas del
evento, al tiempo que ya no es común
que se vele el cadáver en su domicilio
-a la vista de todos-, lo que en otras
comunidades y en otros tiempos era
habitual.
El consuelo ideológico, religioso
y social para quien sufría esta pérdida,
era que -al no tener el menor, por su
condición, pecados capitales graves-,
libraba el purgatorio o el infierno, y
ascendía directamente a la “gloria ce-
lestial”; pero para este “divino” trán-
sito debía de estar bautizado, de lo
contrario se le condenaba al Limbo:
las trampas de la fe y la iniciación a
los sacramentos. Los difuntitos eran
amortajados por los padrinos y carac-
terizados como la Virgen María o San
José, o en los casos como en este par
de pinturas, con sus mejores prendas.
El estudio colectivo de las dos
obras permite trazar un estudio com-
parativo y la vigencia de su sentido,
toda vez que provienen de dos épocas
distintas, por lo que generan reflexio-
nes sobre las variaciones de las compo-
siciones, prendas y estilos. Se trata de
una secuencia de dos de las diversas
tendencias artísticas que en el siglo
XIX prevalecieron, como el estilo “im-
perio” y el romanticismo.
Sobre la composición del niño
elegantemente ataviado a la usanza
de los mayores en las postrimerías del
virreinato, se puede contextualizar en
la modalidad del retrato infantil en el
tránsito de los siglos XVIII al XIX. En
el cuadro, el primer plano representa el
extremo del camastro -mismo que se
precipita sobre el espectador, al no es-
tar correctamente fugado-, con la caída
del paño plisado, semejando el recurso
de los bordes de las mesas en las na-
turalezas muertas, pero en este caso
exponiendo un cuerpo humano inerte,
ausente de vitalidad y alcanzado pre-
maturamente por lamuerte: acaso una
“vanita”, un tétrico recordatorio de la
fugacidad de la vida.
Esta composición no manifiesta
leyendas dentro de la superficie pic-
tórica que pudieran ser indicativos de
la estirpe familiar y del estamento de
los progenitores; no obstante, su estilo
está apegado a la época, lo que la ubica
como un eslabón entre la pintura die-
ciochesca y la pintura de corte “mo-
derno” del siglo XIX.
Por su parte, la niña manifiesta
el naturalismo de su expresión facial,
con cierto impacto emocional al pre-
sentar los ojos abiertos, propio de las
sugestivas escenas inspiradas en la
vida cotidiana que generó la tendencia
romántica a mediados del siglo XIX.
La pintura es un ejemplo de un artista
anónimo con cierto grado de virtuo-
sismo en la factura de la figura, patente
en la proporción antropométrica co-
rrecta o por el tratamiento sutil y trans-
parente de las texturas en las gasas.
Resalta también la riqueza y bue-
na combinación de la policromía, y el
logrado rostro, que pareciera que pu-
diéramos pellizcar sus mejillas. El fon-
do casi neutro, con la discreta y mal re-
suelta referencia espacial de los hierros
del camastro, es un atractivo híbrido
entre una maestría en la construcción
de la figura, y una ingenuidad para el
manejo de planos y motivos secunda-
rios. Sin bien la menor no está amorta-
jada como la inmaculada VirgenMaría
–quien fue ascendida directamente a la
Gloria-, la relación con la Virgen está
presente a través de las azucenas que
empuña, icono de pureza y castidad.
Como conclusión, cabe destacar
que las artes, en sus disciplinas decora-
tivas o aplicadas, cumplen una función
social o un utilitarismo práctico, por
lo que las pinturas aquí comentadas
tuvieron un significado implícito más
allá de recordar al ausente o decorar
un interior doméstico. Su sentido las
hizo integrarse a las imágenes o estam-
pas devocionales del seno familiar, al
asumir el difunto un grado de santidad
angelical, con los atributos de ser un
milagroso protector celestial no sólo
de su familia, sino de su comunidad. En
el sentido de la creencia, que la muerte
sorprendiera al infante sin haber sido
bautizado, les merecía a los padres sen-
das reclamaciones sociales enunámbito
de valores católicamente definidos.
Anónimo,
Niña muerta
, Óleo sobre tela
Anónimo,
Retrato de niño muerto
, Óleo sobre tela
LA
MUERTE
NIÑA