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NÚM. 11
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DICI EMBRE
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2012
Los talleres son principalmente para niños y jóvenes y ofrecen oportunidades para crear piezas que se
relacionan con las temporales.
1942
1967
1969
El Museo de Arte Moderno d l Ciudad de México cel bró la primera exposición retrospectiva d
Zúñiga y se publicó la primera monografía sobre su obra.
P E R S O N A J E D E L M E S
U
no de los relatos más ex-
traordinarios de la historia
nacional que ha detonado
la valoración de la identidad mestiza
de los mexicanos, es el mítico acon-
tecimiento de las apariciones de la
Virgen María –en su advocación de
la
Virgen morena
de Nuestra Señora
de Guadalupe– al humilde indígena
Juan Diego en los rumbos del Tepe-
yac, al norte de México-Tenochtitlán.
Se trata de un legendario suceso
acaecido en los años próximos a la
Conquista de México y en el contex-
to de la conversión religiosa de los
indígenas, de sus ancestrales creen-
cias a lo que consideraron los euro-
peos como “la verdadera fe”: el dog-
ma Católico, Apostólico y Romano,
en pocas palabras la evangelización.
A partir de la expansión del cul-
to Guadalupano en torno al cerrito
que en su momento fue un adorato-
rio a
Tonantzin-Cihuacoatl
(deidad
náhuatl:
nuestra madre venerada
)
todo cambió: indígenas, mestizos y
criollos vieron en la imagen de la
“milagrosa” estampación de la Virgen
en el ayate de Juan Diego, un estan-
darte que simbolizó los derechos de
El 12 de diciembre es el aniversario del
prodigio
de sus apariciones.
En este texto analizamos dos obras conmemorativas de dicho suceso,
fundamental en la fe de los mexicanos.
con el tiempo, se rodeó de una villa
y se expandió como un complejo re-
ligioso de múltiples arquitecturas ca-
tólicas visitadas por multitudinarias
peregrinaciones, como lo recrea la
lámina de Castro.
Las narraciones señalan que fue-
ron cuatro las apariciones guadalu-
panas a Juan Diego entre el 9 y el
12 de diciembre de 1531. Según la
primera fuente escrita en náhuatl
por el indígena Antonio Valeriano y
conocida como
Nican Mopohua
, la
aparición celestial, que se presentó
ante el indígena como “La perfecta
siempre Virgen Santa María, madre
del verdadero Dios”, luego de escu-
char de Juan Diego que el obispo
Fray Juan de Zumárraga le solicitaba
una prueba de tales visiones, envió
al nativo a cortar una flores a la cús-
pide del cerro del Tepeyac, colocar-
las en su tilma y presentarlas ante
el dirigente eclesiástico; cuando
esto ocurrió y desplegó el ayate, los
prelados contemplaron la milagrosa
estampación. A finales del siglo
xvii
,
cuando la veneración guadalupana
ya era un suceso social extraordi-
nario en buena parte de la Nueva
los americanos, por designio divino,
ante la hegemonía política, econó-
mica, religiosa y racial que imponía
el régimen de la metrópoli española.
En la Virgen de Guadalupe se con-
densa el nacimiento de una nación
producto de diversas raíces y fue
una de las principales banderas de
la insurgencia por la Independencia
de México. Su configuración dejó de
ser estrictamente una imagen reli-
giosa para definirse como icono de
la identidad cultural sincrética de la
mexicanidad.
En este apartado, nos deleitamos
ante dos esplendidas obras del acer-
vo Munal procedentes de los siglos
xviii
y
xix
, las que a su manera –una
es una invención escénica de arte sa-
cro y la otra una vista aérea de una
amplitud paisajista– dan cuenta de
la acción celebrativa del culto gua-
dalupano. El pincel novohispano de
Joaquín Ramírez (activo a mediados
del siglo
xviii
) y el dibujo litografiado
de Casimiro Castro (1826-1889), nos
proporcionan testimonios artísticos
de las construcciones místicas e idea-
lizaciones urbano-arquitectónicas
del guadalupanismo. El santuario,
CASIMIRO CASTRO
La Villa de Guadalupe. Tomada en globo
Litografía a dos tintas
V
íctor
T. R
odríguez
R
angel
LA VIRGEN DE
GUADALUPE
España, nació un fuerte interés por
precisar los orígenes del culto. Se
entendía que su factura era supra-te-
rrenal, es decir de origen divino y de
ninguna forma ejecutada por artista
o
tlacuilo
alguno, pero el
Nican Mo-
pohua
no entraba en detalles sobre
el proceso de estampación.
Para la iglesia novohispana del
siglo
xviii
, precisar en términos re-
ligiosos el fenómeno del “estam-
pamiento” y quien fue el artista
celestial, significó una inquietud
dogmática. La obra
El padre eterno
pintando a la virgen de Guadalupe
es un increíble registro iconográ-
fico de aquel debate. La polémica
teológica se inclinó en atribuir la
manufactura de semejante imagen
milagrosa al Padre Eterno, tal como
lo configura esta pintura, en la que
Dios Padre se concentra, complaci-
do, en pincelar los últimos detalles
de su creación en una especie de “ta-
ller celestial”, acompañado del resto
de la Trinidad divina: Jesús y el Espí-
ritu Santo, todos suspendidos sobre
tronos de nubes y querubines. En el
registro bajo, Juan Diego les ofrece
la cesta de flores de las cuales el artí-
fice divino sustrae los pigmentos. Al
fondo, en el ángulo inferior derecho,
hay una apertura paisajista bucólica
de lo que debe de ser una referencia
a la Villa de Guadalupe; sin embar-
go, está más próxima a la tradición
pictórica de la reproducción de la
Jerusalén “celestial”.
Por su parte, la vista panorá-
mica a “ojo de pájaro” de Casimiro
Castro, resuelta a partir de los bos-
quejos que tomó desde un globo
aerostático, nos permite contemplar
una armoniosa multitud miniaturi-
zada invadiendo el santuario de fe
el 12 de diciembre de 1855, des-
de el particular punto de vista del
idealismo romántico que, en el caso
del álbum en el que apareció esta
estampa:
México y sus alrededores
,
manifiesta una sociedad moderna
armónica –no obstante las extremas
desigualdades– en cohabitación so-
bre el escenario de una majestuosa
ciudad producto de su historia. La
condición de la minúscula Villa es
palpable en comunión con su entor-
no rural y serrano: la Sierra de Gua-
dalupe. La imponente panorámica es
un documento gráfico del complejo
religioso y, a la distancia, la masi-
va conmemoración parece estar en
concordante equilibrio con la geo-
metría arquitectónica de fino trazo.
Sin embargo, algunos intelectuales
del siglo
xix
, desde un punto de vis-
ta “purista” conservador, subrayaron
las inmundicias y excesos habituales
en estas celebraciones guadalupa-
nas, en palabras de José Tomás de
Cuellar: “
La villa de Guadalupe ha
sido siempre el pueblo más feo y más
pobre de todos los alrededores de Mé-
xico, y su concurrencia, en sus tres
cuartas partes, compuesta de hordas
idólatras, a las cuales ni la civiliza-
ción ni la religión cristiana han lo-
grado todavía catequizar..
.”.
Por su parte, el novelista y po-
lítico liberal Manuel Payo rescata
la crónica costumbrista y el simbo-
lismo nacionalista del sitio, aunque
también acentúa las perversiones:
Pocos santuarios hay en el mundo tan
célebres como este, es el símbolo de la
religión y de la independencia, la repre-
sentación viva y patente de la creencia
social. Lugar famoso desde los tiempos
antiguos, lo es todavía y lo será en lo fu-
turo, por estar ligados con él los sucesos
más importantes de nuestra historia. El
día 12 de cada mes concurre mucha
gente principal de esta ciudad á oír misa
y rezar; pero el día 12 de Diciembre el
jefe del gobierno y las autoridades todas
de México concurren de grande uniforme
y en solemne procesión á la catedral de
Guadalupe, donde se celebra una fun-
ción religiosa con tanto lujo y esplendor
como pudiera en la misma capital de la
cristiandad. Además de la función del
día 12, los indios tienen una festividad,
y concurren á millares de sus pueblos
mexicanos y otomíes, vestidos con sus
trajes de lana y bailando
mitotes,
como en
los tiempos antiguos. Desgraciadamente
esta solemnidad religiosa es un pretexto
para que se entreguen á la embriaguez y
á los más repugnantes desordenes.