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1930
El 2 de noviembre de 1930 nació en la Ciudad de México
Lilia Carrillo,
pintora que es
considerada la iniciadora del abstraccionismo lírico en México; se vinculó a los artistas disidentes
de los años 50 contra la Escuela Mexicana de Pintura.
NÚM.10
|
NOVI EMBRE
|
2012
A R T I S T A D E L M E S
E
l 23 de noviembre se cumplen
129 años del natalicio de una
de las celebridades del arte
mexicano del siglo
xx
: el dibujante,
caricaturista, pintor, grabador y mu-
ralista José Clemente Ángel Orozco
Flores. El Museo Nacional de Arte es
depositario, para nuestro benepláci-
to, de sus más reconocidas obras no
murales.
Por muchos conocido sólo como
Orozco, el oriundo de Zapotlán, Jalis-
co, cosechó fama internacional al ser
considerado de los mejores muralistas
de la centuria pasada e ícono de la afa-
mada generación mexicana de pinto-
res y escultores de las pos-revolución
mexicana, reconocida como un polo
de desarrollo de las vanguardistas in-
ternacionales con asuntos locales en
el concierto del arte universal de su
En esta ocasión analizamos tres
obras de José Clemente Orozco
en la sala 31 del Recorrido
Permanente, en el mes del
natalicio del pintor: 23 de
noviembre de 1883.
negro o Tamayo, por ejemplo, hubo
más divergencias ideológicas, estilís-
ticas y técnicas que convergencias.
Sin embargo, esto no deja de con-
siderar a Orozco grande entre los
grandes, en el contexto de un auge
inusitado de notables artistas como
producto de la Revolución mexica-
na, y aun antes de esta movilización
política, social y militar: la ruta vigo-
rosa del arte mexicano del siglo
xx
ya se palpitaba en las postrimerías
del Porfiriato.
NOMADISMO
A los dos años de edad, empezó el
nomadismo de Orozco y su familia,
primero se trasladaron a Guadalajara
y finalmente a la Ciudad de México.
Estudió en la Escuela Nacional Prepa-
ratoria y posteriormente agronomía,
al tiempo que asistió como “oyente”
a las clases nocturnas de la Escue-
la Nacional de Bellas Artes (ENBA:
antigua Academia de San Carlos), lo
que fue su primer acercamiento a
la enseñanza metódica del arte. En
momento. Aquí me dispongo a hablar
de su legado y de tres de sus extrañas
producciones pictóricas, mismas que
dialogan, muy próximas entre ellas,
en la sala 31 del Munal.
Si bien los polémicos murales de
Orozco son admirados y estudiados
en las escuelas de humanidades y de
historia del arte de todo el mundo,
sus pinturas de caballete, sus dibu-
jos y sus litografías tienen un alto
reconocimiento, al manifestar un
genio refinado a la altura de sus coe-
táneos, como David Alfaro Siqueiros
y Diego Rivera. Estos tres maestros
de la pintura y de las teorías del arte
son considerados por la historiogra-
fía de nuestro país como los “Tres
Grandes”, que encabezaron la mal
llamada “Escuela Mexicana de Pintu-
ra y Escultura”, y digo mal llamada
porque los estudios académicos de
las últimas décadas han desmitifica-
do un nacionalismo artístico como
tendencia homogénea en la primera
década del siglo
xx
.
Entre artistas de la talla de
Orozco, Rivera, Siqueiros, Monte-
Cabeza flecha-
da
, de la serie
de los Teules,
1947
Piroxilina sobre
masonite
Los desmem-
brados
, de la
serie de los
Teules, 1947
Piroxilina sobre
masonite
Indias,
de la
serie de los
Teules, 1947
Piroxilina sobre
masonite
V
íctor
T. R
odríguez
R
angel
1 9 0 6
f i n a l -
mente se
incorporó
a la Academia
como alumno
oficial. Orozco se
involucró en la tur-
bulenta marea ideoló-
gica y política de la Re-
volución Mexicana. Como
caricaturista para algunas
publicaciones periódicas se
encargó de desvirtuar y paro-
diar al régimen de Madero y, en
cambio, apoyó años después a los
carrancistas. Cuando Venustiano Ca-
rranza ocupó la Ciudad de México
en 1916, Orozco realizó una de sus
primeras exposiciones en la capital
con sus caricaturas y con las esplen-
didas acuarelas sobre las prostitutas
en los bajos mundos citadinos. Se
fue a San Francisco y a Nueva York,
y regresó a México para integrarse al
proyecto artístico del ministro Vas-
concelos de la recién creada Secreta-
ria de Educación Pública (1921). La
ruta por el muralismo empezó con
algunos frescos en 1923 de carácter
universalista y de teosofía: de un
esoterismo espiritualista.
Aquí no es el lugar indicado para
que informe sobre todos los murales
que Orozco realizó y sus caracterís-
ticas en San Ildefonso, en la
sep
, en
el Palacio de Bellas Artes, en la Casa
de los Azulejos; en diversos espacios
públicos de Guadalajara y en Esta-
dos Unidos; para ello recomiendo el
libro de
Orozco Valladares, Orozco,
verdad cronológica
(1983); o lo que
ha publicado el investigador del Ins-
tituto de Investigaciones Estéticas de
la
unam
, el doctor Renato González
Mello. Lo que aquí a grandes rasgos
trato es una serie de pinturas de ca-
ballete tardías que constituyen una
serie apegada a la particular inter-
pretación de Orozco sobre el acon-
tecimiento histórico de la Conquista
de México:
Los teules
.
La sala 31 del Munal integra
tres inquietantes obras que no se
caracterizan por su contemplación
sosegada, son algo lúgubres, hay
en una pintura un par de “
Indias
desnudas, ausentes en la intem-
poralidad, captadas en una ópti-
ca casi cenital (aérea), sobre unos
esqueletos. Otro cuadro tiene un
intenso fondo rojo con una figura
desmembrada. El último es una
descomunal cabeza de un con-
quistador barbado herido por seis
flechas. ¿Que trató de expresar el
muralista jalisciense?
Orozco realizó la serie de
Los
teules
en 1947 para una de sus últi-
mas exposiciones en vida. El serial
se compone de varias obras, pero
a partir de las tres aquí referidas y
de gran formato -resueltas en piro-
xilina sobre masonite- entendemos
la interpretación violenta y cruel
que el artista comunica a su estilo
sobre la Conquista militar del Méxi-
co antiguo, misma que en términos
reales fue violenta y dramática.
El
desmembrado
es un indígena des-
cuartizado en las acciones bélicas
contra los españoles; por su parte
la
Cabeza flechada
representa la
guerra del lado del conquistador.
Las indígenas totémicas se pueden
considerar una metáfora del pueblo
indígena que resurge de la muerte y
la destrucción, entre escombros de
osamentas. En todo sentido, el apo-
calipsis catastrófico de Mesoamérica
no deja de ser una parte esencial de
la construcción histórica de la iden-
tidad nacional.
“La dolorosa confor-
mación del pueblo mestizo”.