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Núm. 9
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Octubre
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2012
24
1968
El 13 de octubre de 1968 murió en Pátzcuaro, Michoacán,
Roberto Montenegro
,
artista simbolista en sus inicios, surrealista en otra etapa, reconocido por su promoción
del arte popular y sus autorretratos esféricos.
O
swaldo
H. T
ruxillo
Honrando a quienes luchan por sus derechos,
rescatamos la escultura de
Después de la huelga
y trazamos puentes con clásicos del cine
internacional y otro par de cintas actuales.
c i n e
L
o que los revolucionarios, huelguistas y
hombres de acción en general —un ge-
neral muy particular— suelen olvidar es que
después de la huelga siempre llega la calma.
Un mar pacífico desquiciante para aquellos
acostumbrados al activismo y desconfiados
de la pasividad traicionera de la política—
hay que ver nada más, al rosarino Guevara
y a su contraparte que se quedó a gober-
nar en la Habana.
Arnulfo Domínguez Bello reflexiona
sobre esa calma frustrante en “Después
de la huelga” escultura de 1906 con
evidentes reminiscencias cananéicas
y fuertes aires proféticos sancarlis-
tas. Y condenada la raza humana a
esa espiral de repeticiones que es la
historia como está, vuelven siempre
los mismos tiranos, y las mismas huel-
gas, y los mismos y avaros patrones que
encuentran la manera de encarnar los
mismos cínicos tiranos que provocan las
mismas huelgas… Así también,
La sal de
la tierra
(película inverosímilmente
norteamericana de 1954, prohibi-
da y vituperada en aquellas tie-
rras por su temática antiyanqui
y poco benhuresca) cuenta la
historia de un grupo de mineros
—esos mismos cananéicos pero,
a la vez, otros— y su dignifica-
ción a través de la lucha de una
mujer interpretada por Rosa-
rio Revueltas (Rosario, herma-
na de Silvestre y de José, quien
también a su manera, reflexionaría
bastante sobre su posthuelga en un
mar pacífico y desquiciante llamado
Lecumberri).
Las coincidencias y
los contrapuntos
siguen si ci-
tamos ahora
Oktyabr
, filme de 1928
de Serguéi Eisenstein.
Octubre
es
un ejemplo bastante acabado del
montaje intelectual, que Eisens-
tein defendía como la unión
de la imagen a mínima esca-
la mediante un macrotono y
una macrointención estética
y cerebral. Stalin tuvo fe en
su importancia —no tanto en
la de Eisenstein y su montaje
intelectual como en la de la
imagen y su poder propa-
gandístico— y él mismo, en
persona, se dedicó a labor de
editor y montajista después la pe-
lícula. Por supuesto, su nombre
no aparece en los crédi-
tos, como
tampoco lo hacen los nombres de
los censureros ignorantes de nues-
tros días, defensores de la historia y
las buenas costumbres.
En todo caso, lo que conviene
preguntarse, como sugiere el tra-
bajador arremangado y abatido de
Domínguez Bello, es no sólo qué
debería pasar antes, ni durante, sino,
sobre todo, después. La pregunta es
complejísima, de gran actualidad
en nuestra política mexicana y en
nuestro propio Octubre (con mayús-
culas no por norteamericano sino
por cananéico, revueltista y tlatelol-
ca), pero quizá también sea un tanto
ociosa: una pregunta sin respuesta.
En el ámbito del arte, en cambio,
el escultor veracruzano y el cineas-
ta ruso defienden sus razones en
sendas obras: huelgas van, huelgas
vienen, los ritmos artísticos igual
que los gustos mutan pero el
“héroe colectivo” permanece,
se sobrepone, se abate y
piensa: y ahora ¿qué hay
después de la huelga?
Y condenada la raza humana a esa espiral de repeticiones que es
la historia como está, vuelven siempre los mismos tiranos, y
las mismas huelgas, y los mismos y avaros patrones que
encuentran lamanera de encarnar losmismos cínicos
tiranos que provocan las mismas huelgas…