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Dossi er
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2012
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Rubén Herrera.
Trazo y volUmen
R
ubén Herrera, 1888-1933.
Siempre es justo y digno
recordar a los artistas que por
una razón o por otra han sido
olvidados en más o en menos, y
exponerlos a las nuevas genera-
ciones como ejemplos de voca-
ción auténtica. El pintor y dibu-
jante Rubén Herrera es casi un
desconocido en nuestros días,
no obstante los dos álbumes con
reproducciones de algunos de
sus dibujos, publicados en 1961
y de varias y fugaces apariciones
en los últimos años en los diarios
de la capital y de otros sitios. La
razón principal del olvido en este
caso sea que Rubén Herrera no
se incorporó a ninguna de las
nuevas corrientes del arte del
siglo
xx
, sino que continuó afe-
rrado a un concepto del arte su-
perado por las ideas y los gustos
de nuestro tiempo.
Su larga estancia en Roma y
su formación artística bajo An-
tonio Fabrés –quien había sido
profesor de pintura de la Escue-
la de Bellas Artes de México,
de 1903 a 1906-- lo capacitaron
como dibujante excepcional y
como pintor; su admiración por
Velázquez y Ticiano, lo pusieron
en la línea del gran arte del pa-
sado. Fabrés, uno de los últimos
maestros académicos del siglo,
estimó las grandes cualidades
de Rubén Herrera, y no sólo él,
ya que en sus años mozos en
Coahuila su maestro Sánchez
Urustii [sic] descubrió sus posi-
bilidades.
Cuando regresó de Europa y
abrió en México una exposición
de sus obras fue muy celebrado.
Era el año de 1922. Algo había
cambiado en México el concep-
to del arte y se estaba en las
puertas del gran movimiento
de pintura mural. No obstante
los halagos y la publicidad de
que fue objeto no faltó quien,
reconociéndole sus cualidades,
le aconsejara que se olvidase de
lo aprendido en los museos, y
alguien más lo interrogó sobre
las nuevas corrientes del arte
europeo, a lo que contestó con
finura e inteligencia admitiendo
su innegable calidad estética;
pero, es evidente, que no era
lo que le atraía. Para Rubén He-
rrera fue la vida en derredor lo
que tenía interés, las imágenes
de maestros y amigos, la vida
en la calle, en el mercado, en
LA CRÍTICA ACTUAL
las fábricas, y todo lo fijó en sus
admirables dibujos y en algunos
retratos de gran calidad, como
el de Fabrés. No, Rubén Herrera
no fue un frío artista académico,
todo lo contrario cuanto dibujó
y pintó está lleno de variaciones
emocionales. Un paso más –qui-
zá fue cuestión de circunstan-
cias− y hubiera sido un artista
de la altura de los tiempos, pues
tenía la solera para ello. Pero
no, sus virtudes fueron otras. Se
quedó en su tierra y allí trabajó
como maestro y con generosi-
dad se dedicó a la enseñanza de
sus numerosos discípulos.
Cuanto he dicho me ha pa-
recido que es justo y necesario.
Rubén Herrera plantea una cues-
tión, la de que si es menos artista
porque no se siguen las noveda-
des del tiempo. Por mi parte la
contestación es contraria, pues
en materia de arte se es artista
o no se es; pero se puede serlo
y no identificarse con las corrien-
tes de su siglo, que se sienten
extrañas, y vivir su propio, íntimo
y personal tiempo… a destiem-
po. Mucho se podría decir sobre
el asunto, más una vez apuntado
lo anterior, hay que considerar a
Rubén Herrera en lo que es, un
pintor académico de principios
de siglo, o, si se prefiere, un
neoacadémico.
En sus dos
espléndidos
autorretratos
está presente
lo que fue; el de
pie, al carbón,
es un excelente
dibujo, pleno de
carácter; el otro,
también de pie,
al óleo, expresa
hasta dónde pudo
modernizarse.
Los dibujos de Rubén Herrera
hay que considerarlos con aten-
ción porque son de primera ca-
lidad. Hay en ellos una variedad
de expresiones, unas sintéticas,
otras de rasgos taquigráficos,
otras, en fin, de un perfecto
acabado. Y en los dibujos está
su modernidad en cuanto a los
temas que le interesaron. No
sólo las personas sino los anima-
les tienen carácter y vitalidad;
son visiones rápidas muchas de
ellas, que sólo una mano muy
experta es capaz de fijar en pa-
pel. Son dibujos que se admiran
y que se ven con positivo y re-
novado gusto y que muestran
la preparación y las cualidades
que tuvo el artista y que ya son
tan raras en nuestros días.
La historia –el hombre− está
compuesta de veleidades, de
olvidos y redescubrimientos, de
intereses y gustos cambiantes.
Lo que ayer nos parecía inadmi-
sible del inmediato pasado, hoy
venimos a revalorizarlo, cuando
ya no es cuestión de pugnas
sino de comprensión.
Justino Fernández
Catálogo de las exposiciones
de arte en 1967
, suplemento
al núm. 37 de los Anales del
Instituto de Investigaciones
Estéticas, 1968, pp. 92-94
Otros artistas mexicanos, du-
rante su estadía en Europa, de-
jaron el testimonio visual de los
oficios humildes (centenarios
unos, y otros novedosos), que
tenían por marco las calles de
la ciudad, así como las peque-
ñas y grandes desventuras de
los habitantes de sus barriadas.
Son muestra de ello las incisivas
acuarelas parisienses de Rafael
Ponce de León; y, en otra tóni-
ca, los bosquejos romanos del
saltillense Rubén Herrera, que
con tanta elocuencia supo evo-
car la tragedia del desamparo
individual frente a la multitud
anónima (
Paseo dominical
) o
las murallas del silencio que le
opone al moderno (urbanita)
la ciudad indiferente (
Miran-
do el Tiber
; ambos dibujos se
conservan en el Museo Rubén
Herrera, en Saltillo).
Fausto Ramírez
Modernización y modernismo
en el arte mexicano,
México,
Universidad Nacional Autónoma
de México, Instituto de Investi-
gaciones Estéticas, 2008, p. 46
Campesina italiana,
s.f, óleo sobre tela, Museo Rubén Herrera,
Saltillo, Coahuila.