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NÚM. 6
|
JUL IO
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2012
16
D O S S I E R
S U R R E A L I S M O . V A S O S C O M U N I C A N T E S
6
Esta sección se inaugura con
una revisión a las exposiciones
que se dedicaron anteriormente
en nuestro país al Movimiento
Surrealista, tanto en la Galería de
Arte Moderno como en el Museo
Nacional de Arte, en 1940 y
1986, respectivamente.
J
unto con la llegada de los surrea-
listas a México, el movimiento co-
menzó a sentise cómodo en nuestras
tierras y a asumirse poco a poco
como una manifestación de vanguar-
dia. No sólo albergó en su círculo a
exiliados de nacionalidades distintas
como Kati y José Horna, Remedios
Varo, Benjamín Péret, Wolfgang Paa-
len, Alice Rahon, Eva Sulzer, Leono-
ra Carrington y César Moro, (todos
ellos radicados en México) sino que
también abrió sus brazos a artistas
mexicanos afines al pensamiento de
Breton, tales como Gunther Gerzso,
Diego Rivera, Frida Kahlo, Guiller-
mo Meza y algunos otros que, sin
considerarse surrealistas, participa-
ron en la Exposición Internacional
del Surrealismo de 1940.
Realizada en la Galería de Arte
Mexicano, la Exposición Internacio-
nal del Surrealismo fue organizada
por los surrealistas Wolfgang Paalen,
César Moro y André Breton desde
París, quien ya había regresado des-
pués de su estancia en nuestro país.
Esta muestra presentó en total 109
piezas, algunas de ellas provenientes
de lugares como Alemania, Austria,
Francia, Chile, España, Inglaterra,
México y Estados Unidos, por men-
cionar algunos, incluyendo dibujos,
arte mexicano antiguo y “arte salva-
je”, llamando de este modo a másca-
ras, vasos y estatuas provenientes de
Nueva Guinea y México.
Algunos artistas mexicanos que
participaron en la muestra fueron
Agustín Lazo, Manuel Rodríguez Lo-
zano, Carlos Mérida, Guillermo Meza,
José Moreno Villa, Roberto Monte-
negro, Antonio Ruiz “El Corcito” y
Xavier Villaurrutia, todos con una o
dos obras. Cabe mencionar que Ma-
nuel Álvarez Bravo, Diego Rivera y
Frida Kahlo fueron incluidos dentro
del grupo de artistas internacionales
con dos o más obras cada uno. En
el día de la inauguración, un gran
contingente compuesto por allega-
dos, artistas y políticos invadió la
Galería de Arte Mexicano. Ante la
mirada atónita de los presentes, la
noche dio inicio con la aparición de
la Gran Esfinge Nocturna, que era
Isabel Marín vestida de blanco, con
una cabeza de mariposa y volando
sobre los espectadores.
SURREALISMO REVISITADO
Después de haber recibido a los su-
rrealistas en la exposición de 1940
y de abrir los brazos a aquéllos que
decidieron quedarse, México fue tes-
tigo de la formación de grupos de
artistas afectos a este movimiento.
Naturalmente, motivó críticas y tuvo
detractores. Como es vocación de
esta sección, se reflexionará ahora
en la exposición que el Museo Na-
cional de Arte preparó en 1986.
Pese al poco entusiasta recibi-
miento que el Surrealismo tuvo en
los primeros años de su naturaliza-
ción en México y, a pesar también de
la acerba crítica por parte de algu-
nas esferas de intelectuales y artistas,
la corriente nunca dejó de existir en
la obra de algunos artistas mexica-
nos. Después de haber participado
en la exposición de 1940, este gru-
po se dispersó, algunos se unieron a
los grupos que se formaron en tor-
no a los surrealistas europeos que
ya se habían establecido en México
y otros sólo integraron a su icono-
grafía algunos de los elementos del
repertorio visual de la vanguardia.
Para hablar de la influencia su-
rrealista en México y de su apropia-
ción por parte de generaciones pos-
teriores, es importante mencionar
a los grupos formados en la ciudad,
siendo el primero el de la calle Ga-
bino Barreda, integrado por los su-
rrealistas exiliados Remedios Varo,
Benjamin Peret, Kati y José Horna,
Leonora Carrington, Esteban Fran-
cés y el mexicano Gunther Gerzso.
El segundo grupo fue fundado al sur
de la ciudad, a raíz de la llegada de
Wolfgang Paalen y su entonces es-
posa Alice Rahon; convocaron a Eva
Sulzer y a César Moro quienes, al
lado de otros mexicanos, participa-
ron en la publicación de la revista
Dyn
. Por último, está el grupo de su-
rrealistas que más adelante se pon-
dría en contacto con los dos grupos
ya existentes, pero que, a diferencia
de éstos, se caracterizó porque la es-
tancia de algunos de sus miembros
fue breve. En este grupo podemos
encontrar a Bona Mandiargues, Ed-
ward James y Luis Buñuel, visitantes
fugaces que dejarían el rastro de su
influencia en algunos trabajos de ar-
tistas y literatos mexicanos.
El ir y venir de estos artistas y
su relación de amistad -que des-
pués cristalizaría en lazos irrompi-
bles de fraternidad- no sólo refiere
a las historias protagonizadas por
Pedro Friederberg, Xavier Esqueda,
Octavio Paz, Alberto Gironella y Ju-
lio Castellanos, entre muchos otros,
sino también en los esfuerzos de la
crítica por valorar o demeritar aque-
llo que alguna vez se había confor-
mado en torno a la evidente llegada
del Surrealismo y sus exponentes. Si
bien, el Surrealismo había desatado
una gran revuelta en el mundo inte-
lectual mexicano, no fue relegado al
olvido en años posteriores, pues era
revivido por sus más acérrimos ene-
migos o aliados a partir de comenta-
rios en contra o a favor, aun pese al
cambio de actitud que se registró en
la comunidad artística e intelectual a
partir de la década de 1950.
Se piense o no que el Surrealis-
mo constituyó un parteaguas en la
creación plástica mexicana, su pre-
sencia motivó la reflexión de varios
estudiosos, artistas e intelectuales,
quienes reflexionaron largamente
en la asimilación de las premisas de
esta vanguardia. Algunos de ellos
fueron Luis Mario Schneider, Ida
Rodríguez Prampolini, Juan Larrea,
Juan Somolinos Palencia, Luis Car-
doza y Aragón, Agustín Lazo, Octa-
vio Paz y Lourdes Andrade, quien
destaca como una de las investi-
gadoras que más ha abundado en
los intercambios plásticos entre el
Surrealismo del viejo y del nuevo
mundo.
Como deriva de aquellos tiem-
pos (años 30-40), es posible en-
contrar obra de artistas mexicanos
que fueron considerados dentro de
la temática afín al Surrealismo por
la recurrencia a sus elementos ico-
nográficos y que más tarde fueron
integrados en la exposición que el
Museo Nacional de Arte realizó en
1986, titulada
Los surrealistas en
México
, muestra que proponía una
revisión de los artistas surrealistas
que integraron el grupo parisino, los
SURREALISMO:
DE LA GAM AL MUNAL
exiliados en México y los jóvenes na-
cionales y extranjeros que comple-
mentaron su repertorio iconográfico
con la influencia documentada en
paisajes, poemas, cartas y esculturas
que formaron parte de la exposición.
Esta exhibición del 86 fue orga-
nizada por Luis Mario Schneider, Ida
Rodríguez Prampolini y Juan Somo-
linos Palencia quienes, además, es-
cribieron en el catálogo un apartado
titulado “Prólogos”, donde cada uno
reflexiona en torno a la exposición y
su importancia con ensayos que ver-
san sobre el Surrealismo y la fantasía
mexicana, el Surrealismo y la cien-
cia y la presencia de los surrealis-
tas en México. También se incluyen
textos de Octavio Paz, un apéndice
con el manifiesto
Por una arte in-
dependiente revolucionario
y textos
de Agustín Lazo, César Moro, André
Breton, así como una entrevista que
Heliodoro Valle hizo a Breton a su
llegada a México.
Se contempló a un total de 53
artistas y de 200 obras entre óleos,
esculturas, dibujos, cartas collage y
objetos. Entre los artistas mexicanos
que se incluyen podemos encontrar
algunos que ya habían participado en
la exposición de 1940 como Manuel
Álvarez Bravo, Frida Kahlo, Guillermo
Meza, Roberto Montenegro, Antonio
Ruiz “El Corcito” y Manuel Rodríguez
Lozano; entre los artistas que retoman
elementos del Surrealismo en su obra
contamos a Alberto Gironella, Juan
O’Gorman, Mario Rangel, Rufino Ta-
mayo, Juan Soriano, Francisco Toledo
y Gunther Gerzso. En cuanto a los ar-
tistas extranjeros y exiliados encontra-
mos que algunos de ellos no fueron
incluidos en la exposición de 1940, tal
es el caso de Edward James, Leono-
ra Carrington, Bridget Bade Tichenor,
Leonor Fini, Kati y José Horna y Aube
Elléaüet Breton.
Las dos muestras de las que aquí
se ha hablado fueron, sin duda, dos
de los hitos en lo que a la relación
México y el Surrealismo se refiere.
Por un lado, está la exposición del
40 que, además de colocar a los ar-
tistas mexicanos participantes en el
espectro de la plástica de vanguar-
dia, posicionó a México ante la mi-
rada atónita del resto de América
como uno de los países surrealistas
“por naturaleza”. Por otro lado está la
exposición del 86 que, además de te-
ner el mérito de haber reunido una
copiosa cantidad de obras de los su-
rrealistas internacionales, incluyó en
su discurso obras de artistas mexica-
nos que, junto con un recuento lite-
rario del surrealismo en México, es
un balance de lo sucedido después
de la exposición de 1940 en el terre-
no artístico y literario.