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Núm. 4
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MAYO
|
2012
C i e n a ñ o s d e l p a l a c i o d e c o m u n i c a c i o n e s
El Palacio de Comunicaciones y Obras Públicas, edificio que actualmente
alberga las instalaciones del Museo Nacional de Arte, cumple cien años.
Esta es la historia de una singular construcción que hoy es referente del
Centro Histórico de la Ciudad de México.
L
luvia
S
epúlveda
U
na discreta visita del presi-
dente Francisco I. Madero el
25 de mayo de 1912, puso
en funcionamiento el nuevo edificio
de la Secretaría de Comunicaciones
y Obras Públicas, institución cúspi-
de del “orden y progreso” enaltecido
por Porfirio Díaz, el entonces “ene-
migo de la nación”. El desprecio a su
figura se manifestó indirectamente
en la ausencia de una fastuosa inau-
guración a la altura de tan magnífico
edificio. En aquel momento Méxi-
co ya se encontraba convulsionado
por las huestes revolucionarias que
exigían cambios profundos en la di-
námica nacional, y los halagos a las
obras porfiristas no tenían cabida.
A cien años de distancia, el in-
mueble de Tacuba 8 continúa orgu-
llosamente al servicio del país, pero
bajo una nueva misión: albergar cin-
co siglos de arte mexicano para el
disfrute público. Pero sus labores no
concluyen ahí. Convertido en el Mu-
seo Nacional de Arte a partir de 1982,
actualmente se encuentra dedicado a
comunicar de forma multidisciplina-
ria una de las más sublimes expresio-
nes humanas: el arte visual. En este
espacio se conjugan la arquitectura,
la pintura, la escultura, las artes grá-
ficas y decorativas, la fotografía, el
dibujo y el arte popular con la histo-
ria del arte, la literatura, la música, el
teatro y las nuevas tecnologías, entre
muchas otras actividades, con el fin
de generar experiencias constructi-
vas, interesantes, entretenidas y favo-
recer con ello el goce estético inclu-
yente. Sin embargo, el Munal no está
solamente dedicado a las colecciones
de arte que resguarda y exhibe; la ar-
quitectura del inmueble también es
protagonista de importantes labores
de investigación, conservación y res-
tauración, que este 2012 y en plena
celebración de su aniversario núme-
ro cien, será remozado con el fin de
recuperar elementos deteriorados y
resaltar la belleza del acero y el con-
creto que lo conforman.
Para el Munal es muy importante
destacar el valor artístico del edificio,
separándolo por un instante de su
función actual como continente de
exhibiciones y enfocar la visión en
la belleza de sus formas decorativas,
en la imponente volumetría y en la
peculiar distribución de los espacios
internos, aspectos que se ostentan
como fieles testigos de su tiempo, el
primer cuarto del siglo
xx
.
Destellos del pasado
Si bien actualmente las calles del
centro de la Ciudad de México son
una suerte de caleidoscopio arqui-
tectónico en el que se alternan plan-
tas y fachadas que versan entre el
barroco y la edilicia contemporánea,
al caminarlas, se recorre la traza de
una antigua ciudad novohispana,
construida acorde con el terreno
acuoso y con las edificaciones pre-
hispánicas suplantadas por iglesias
y grandes caseríos coloniales. La
ciudad de entonces creció sin un
esquema planificado que fue ganan-
do espacio al desecar acequias para
construir callejuelas, y obtener así
piso firme para nuevos inmuebles.
A pesar de la inestabilidad de
los suelos, consecuencia del extraño
emplazamiento precolombino sobre
un antiguo lago, sumada a las inun-
daciones y los terremotos, la Ciudad
de México se convirtió durante el vi-
rreinato en un dechado de grandio-
sidad americana que emulaba a las
urbes europeas. Una metrópoli en
constante reconstrucción y cuyo es-
plendor palideció con la llegada de
las ideas ilustradas de las últimas dé-
cadas del siglo
xviii
, cuando el pasa-
do barroco comenzó a relacionarse
con el estado de sujeción del hom-
bre americano. Tres siglos bajo el
poder de la corona española debían
enterrase para dar lugar a un futuro
promisorio, que requería entre otras
cosas un nuevo aspecto de ciudad.
Tras la Independencia, el áni-
mo de modernización que se había
planteado tiempo atrás no cejó; sin
embargo, la guerra de 1821 había
dejado raquítico el erario público y
más allá de incrementar la fisono-
mía arquitectónica de la urbe, dio
inicio a una serie de demoliciones
que pretendían desdibujar el as-
pecto religioso y con ello ganar un
cariz más civil. Décadas después,
la desamortización de los bienes
corporativos, principalmente de las
organizaciones eclesiásticas, alteró
definitivamente la distribución ur-
banística; las iglesias perdieron sus
enormes atrios y las inmaculadas is-
las conventuales fueron partidas por
nuevas calles y avenidas. Ocurrieron
numerosas demoliciones y adosa-
mientos de elementos neoclásicos a
las fachadas barrocas, pero en reali-
dad poco cambió la ciudad duran-
te el siglo
xix
. Salvo el proyecto del
Teatro de Santa Anna, que se locali-
zaba en el predio que hoy sostiene
el Palacio de Bellas Artes, no hubo
mayores obras públicas antes del pe-
riodo presidencial de Porfirio Díaz.
A casi un siglo de independen-
cia, Díaz proyectaba cumplir el viejo
ideal de modernización y demostrar
que el progreso también había lle-
gado a México. La industrialización
crecía y con ello el comercio y la
burocracia administrativa. Emble-
máticamente, los grandes edificios
públicos del porfiriato se levantaron
en una zona de rompimiento de la
ciudad hacia el occidente. El Palacio
de Correos, el Palacio de Comuni-
caciones (Munal), la Castañeda, La
Normal, el Teatro Nacional (Palacio
de Bellas Artes, inconcluso hasta
1934) y un poco más lejos el Pala-
cio Legislativo que no se concluyó,
y cuya estructura fue reutilizada por
Obregón Santacilia para edificar el
Monumento a la Revolución.
La población aumentaba desme-
suradamente en el valle devorando
localidades vecinas. El tranvía eléc-
trico iniciaba la conurbación. Prolife-
raban nuevas colonias hacia el orien-
te y la zona del antiguo Paseo del
Emperador abierto por Maximiliano
para unir el Alcázar de Chapultepec
con el Zócalo. La ciudad se alteraba
más en sus límites periféricos que en
el casco viejo.
La modernización del país a fina-
les del siglo
xix
requirió una gran ac-
tividad constructiva. Calles, avenidas,
puentes y edificios comenzaban a dar
una nueva cara con tintes de exotismo,
al combinar diversos estilos arquitec-
tónicos del pasado en sus fachadas, y
elementos decorativos interiores.
Arquitectura ecléctica
El auge constructivo porfirista ne-
cesitó importar no sólo materiales
y maquinaria, tuvo que traer arqui-
tectos e ingenieros extranjeros con
la preparación y experiencia técnica,
capaces de realizar enormes edifi-
cios públicos a base de estructuras
de hierro y revestidos de concreto
armado, con lo cual la Escuela de Ar-
quitectura mexicana aún no estaba
familiarizada.
Bajo ese tenor, el diseño y la
construcción del Palacio de Co-
municaciones estuvieron a cargo
del arquitecto italiano Silvio Contri
(1856–1933). La estructura metálica
y los trabajos de cimentación fue-
ron realizados por Millinken Bros.
de Nueva York, compañía que tam-
El 4 de mayo de 1757, nace el arquitecto y escultor español
Manuel Tolsá
, autor de “El Caballito”
y el Palacio de Minería en la Ciudad de México.
1757
Así lucía la Dirección del Munal a principios de los años ochenta.
El Palacio de Comunicaciones y Obras Públicas, poco tiempo después de ser inaugurado.