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Núm. 1
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febrero
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2012
8 de febrero. Falleció el grabador
Leopoldo Méndez
en la ciudad de México; miembro
fundador de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios y del Taller de Gráfica Popular; sus
obras alcanzaronproyección a través del cine, en películas como Pueblerina y Rio Escondido.
1969
ENTREVISTA A
ADOLFO CASTAÑóN
archivos secretos
Rescatamos dos preguntas de una charla con el escritor
Adolfo Castañón, quien visitó el Munal para hablar con
Fernando Corona, Coordinador de Biblioteca, sobre José
María Velasco.
¿Cómo entender a Velasco dentro del paisaje?
Velasco es en cierto modo el que lleva la categoría del paisaje a un excelso grado de per-
fección. Elegir el paisaje es también elegir aquello que no tiene demasiadas referencias,
etiquetas aparentes; también es una forma de volver los ojos a la naturaleza, de volver los
ojos a aquello que estuvo antes de nosotros y que probablemente esté después. La voz “pai-
saje” tiene que ver con “país”, tiene que ver también con “paisano” y tiene que ver también
con los
genicum paganum
y también con los genios del lugar. Entonces, yo diría que tratar
de acercarse a la expresión artificial, artística, fabricada, que es el paisaje, es una forma
también de tratar de acercarse a lo que está un poco detrás, implícito, entrañado, que es
“esto”, “aquello”, “eso” que, más allá de los nombres y más allá de las referencias, de las
banderas y de los signos, conocemos como “México” y le atribuimos una serie de imágenes,
pero que vienen mucho, mucho después. Y de hecho Velasco es uno de los artífices en la
configuración de este imaginario de México en su paisaje.
¿Estamos, por la época misma, ante “la región más transparente del
aire” –la todavía región más transparente del aire–?
Para empezar, la pregunta aparentemente inocente tiene su insidia (no insidia, sino su
giribilla), porque don Alfonso Reyes, que escribió varios textos y, en particular, la Visión
de Anáhuac para el paisaje en la poesía mexicana, menciona con mucha frecuencia a José
María Velasco, pero no le dedicó un texto extenso, amplio, como sí se lo dedicó Octavio
Paz, que le publica dos, o como sí se lo dedicó Pellicer. Pero Reyes tenía demasiado cerca la
imagen, yo creo, de este paisaje transparente como para poder deslindarse de una manera,
vamos a decir, elegante del tema. Yo creo entonces que sí, pero que esa transparencia que
ahora reconocemos por la voz de Reyes en cierto modo es una fabricación, una producción,
una creación de un señor que tenía una curiosa situación espiritual de no ser un pintor
estrictamente religioso, pero sí tener una especie de impulso ético, estético y teológico que
nos hace indudablemente pensar que tiene una carga, digamos, religiosa; aunque Octavio
Paz dice que no, más bien es un científico traído al arte. Y bueno, algo había también de
científico en Velasco.
E
n las narraciones de sus múltiples viajes, el incansable Alejandro de Hum-
boldt cuenta la siguiente anécdota. Corría el mes de noviembre de 1803, y se
encontraba en la capital de la Nueva España donde, entre otras cosas, quedó
maravillado por el monstruoso monolito de la Coatlicue, que trabajadores de la Uni-
versidad Pontificia desenterraron del patio en exclusiva para él, y después volvieron
a enterrar diligentemente para evitar que los indios acudieran a venerarla. Siendo
amigo del arquitecto y escultor Manuel Tolsá, acudió a la instalación pública de su
monumental escultura ecuestre en honor de Carlos IV, monarca que además había
patrocinado la expedición del alemán a las Indias. Una vez reunida la multitud en
la Plaza Mayor, lugar elegido para colocar la estatua, todo se dispuso para celebrar
un evento solemne. Sin embargo, un accidente estuvo a punto de empañarlo, y de
convertir aquella jornada en una tragedia marcada por la ironía: la escultura se
derrumbó tras desprenderse una de las cuerdas de seguridad. El propio Humboldt
lo narró así: “Creímos que seríamos desmembrados. Tolsá permaneció tranquilo y
magnánimo. Todos los presentes derramaron lágrimas de alegría cuando los pies
del caballo tocaron sobre el pedestal. Se creía haber evitado el naufragio, pues todos
los que estaban cerca corrieron peligro”.
Años después, y una vez consumada la Independencia, se consideró inapro-
piado que la estatua del monarca español permaneciera en la desde entonces lla-
mada Plaza de la Constitución, y se le trasladó al patio de la antigua Universidad,
donde compartió el espacio con la al fin desenterrada para siempre Coatlicue. Sin
embargo, no encontraría aún su reposo final. De ahí fue trasladada al Paseo de la
Reforma, y más tarde a la Plaza Tolsá, frente al Museo Nacional de Arte, donde se
encuentra hasta nuestros días. Eso sí, bien asegurada a su pedestal, para evitar
que este inquieto caballito ponga en riesgo a los cientos de personas que día con
día se acercan a observarla
El caballito inquieto
Esteban Azcárate
José María Velasco
, Valle de México
, 1877.
Museo Nacional de Arte, INBA