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Arte de Coahuila, voces
del pasado y presente
Los artistas hacen visible el sentir de la colectividad y moldean, e incluso
anticipan, los rumbos que ha de tomar la sociedad en su conjunto. La historia
cobra vida en las obras de arte que aspiran a detener dentro de sí mismas el
tiempo y que son, simultáneamente, expresión personal y testimonio de una
era. El territorio del estado de Coahuila está hecho de paisajes extraordina‑
rios y gente sólida, que se moldea a sí misma en su esfuerzo cotidiano. Los
coahuilenses reconocen su rostro en los perfiles trazados por el paisaje desa‑
fiante de las montañas, el desierto y en la memoria de quienes, a lo largo de
la historia, han dejado huella a través de su trabajo.
En este sentido, los artistas coahuilenses ocupan un lugar de honor
como ejemplos del pensamiento tan independiente como solidario que ca‑
racteriza a los nacidos en nuestro estado. Libertad y fortaleza, imaginación y
disciplina, son la fuerza de Coahuila y el sello de nuestros artistas. La nuestra
es tierra de creadores, con antecedentes remotos en las rocas labradas por
los nómadas del desierto, hasta el brillo novohispano y el bien ganado presti‑
gio de nuestros creadores que participaron en las movimientos estéticos del
siglo XIX y las vanguardias del siglo XX.
Deja una huella imborrable el pintor Rubén Herrera, por cuyas venas
corrió la herencia virreinal y neoclásica que aún se respira por las calles de
Saltillo. En una época que demandaba del artista un pleno dominio técnico y
una visión sensible de la realidad destacó la expresión de Herrera, que cul‑
minó su vida productiva con una labor docente, cuyo impacto positivo se
puede apreciar hasta nuestros días.
Al término de la Revolución mexicana, en décadas clave, donde se bus‑
caba desde la trinchera de las artes la identidad de nuestra nación, brillan dos
artistas coahuilenses: Oliverio Martínez y Xavier Guerrero.
El primero, encuentra en los volúmenes escultóricos no sólo un medio
de representación sino un código simbólico que, en trabajos como el con‑
junto escultórico del Monumento a la Revolución, quedan impresos en la
memoria como íconos de un arte al servicio del pueblo. Oliverio supo unir
las vanguardias europeas con las raíces profundas de lo mexicano. Xavier
Guerrero, por su parte, nace con el pincel en la mano y encuentra en la pin‑
tura al fresco un medio natural de expresión; juega por ello un papel clave en
el muralismo mexicano y es actor de primer orden en un periodo extraordi‑
nario donde el arte fue un ariete en la lucha ideológica y social. Diego Rivera,
Jean Charlot y José Vasconcelos dan fe de la entrega y el talento de este
coahuilense comprometido con sus ideas, que protagonizó proyectos artís‑
ticos tan importantes como el Taller de Gráfica Popular.