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La pasión de un académico
nicos” de la obra, para las figuras de las
Leyes obreras
; “a las mujeres” de
los trabajadores para los rostros femeninos, a su hijo Leonardo Obregón
Formoso para “el niño de la familia mexicana en el grupo de La Indepen‑
dencia”, y a la hija del escultor María Elena Martínez Peláez
(Fig. 11)
para la
bebé que se recuesta en el regazo de la madre las
Leyes agrarias
.³²
Otros autores han escrito que Oliverio en sus grupos escultóricos
simplificó el realismo en que venía trabajando, por exigencia de Obregón
Santacilia, y es cierto.³³ Con ello, sus esculturas ganaron en contundencia.
Hizo más eficientes las masas enormes por su asimilación del cubismo y las
vanguardias, fusionándolas con su conocimiento de la escultura prehispá‑
nica. Los volúmenes de sus esculturas y las esferas enormes de sus cuerpos,
brazos y cabezas están a escala, entre la natural y la cúpula del monumento.³⁴
Su simbolismo posee un lenguaje simple, claro y emotivo. Los proletarios de
todos los países se unen con una fuerza estremecedora. Las hoces y los mar‑
tillos no llegan a cruzarse panfletariamente, lo hacen de manera críptica.
Existió otra influencia, si bien no documentada, pero que al incluirse
resulta sugerente, pues no es posible concebir que un espíritu como el de
Oliverio desconociera el trabajo mural que Isamu Noguchi llevó a cabo en
el Mercado Abelardo L. Rodríguez durante 1936.
Hay que destacar el alarde de estereotomía que incluye el trabajo de
las esculturas en el Monumento a la Revolución. La estereotomía, o los pro‑
cedimientos geométricos para determinar y realizar cortes racionales de pie‑
dra, en este caso para tramarla, es una disciplina que se aprende en una
escuela tradicional, como lo era la Academia de San Carlos. Pero, para domi‑
nar en ambas direcciones los cortes, aparejos, uniones, estibados, tramas y
pies derechos, asociados a la escultura monumental, al conocimiento teórico
debe añadirse la práctica. Desde el medioevo, el ejercicio de las manos unido
al intelecto para solucionar problemas geométricos reales fue fundamental
para lograr hacer las cosas, sobre todo a gran escala. Los grupos escultóri‑
cos se empotran en los colados de concreto, que dejó Obregón Santacilia con
sus preparaciones (espigas o varillas de ¼ de pulgada), en que se anclan.
Hay que observar cómo los cortes de piedra de cada sillar son siempre a 90°
o más y, por ejemplo en las cabezas (más grandes que los usados como re‑
cubrimiento arquitectónico)³⁵ pasan por debajo de la nariz, siempre definen
el pelo, muchas veces dejan libre y de una sola pieza la mandíbula (que por
lo tanto trabaja estructuralmente como un voladizo), y, casi siempre, una
vez tramadas las partes anteriores, las caras de las figuras labradas fueron
colocadas con otro sillar. Casi no los hay fraccionados. Pero si se observan
los cuerpos, se caerá en la cuenta de que en las figuras verticales y centrales
32.
Ibídem.
, p. 58. Pláticas con María Elena
Martínez Peláez, abril y mayo de 2012.
33.
Obregón Santacilia,
El Monumento
…,
op.
cit.
, p. 58; Justino Fernández,
Arte moderno
…,
op. cit.
, p. 469.
34.
Obregón Santacilia,
El Monumento
…,
p. 50; Raquel Tibol,
op. cit.
, pp. 35 y ss; Agustín
Arteaga, “Oliverio Martínez”,
op. cit.
, p. 104;
La Escuela Mexicana
…,
op. cit.
, pp. 163 y ss;
Tessa Corona,
op. cit.
, pp. 310 y 311; Lupina
Lara,
op. cit.
, pp. 5–13. Gabriel Mérigo,
op. cit.
,
pp. 47 y ss.
35.
Son sillares de 1.20 metros por 80 centíme‑
tros, o mayores, y pesan entre 800 kilogramos
y una tonelada cada uno.