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su expresión pictórica no es una falsificación de
lo que el pueblo vive y siente, como ocurre con
aquellos pintores que producen obra para ricos y
extranjeros.
No es de sorprender que estos embrollos ha-
yan sido materia de su pintura, como fueron cons-
tantes de la reflexión de Rodríguez Lozano, quien
desde joven se mantuvo atento al discurso sobre
la identidad del mexicano, prohijado por algunos
intelectuales de la posrevolución. En ese esfuer-
zo de timbre filosófico, pero también ideológico y
mitográfico, Rodríguez Lozano alegaba haber ela-
borado un fichero “de las características más sa-
lientes de nuestro pueblo”, con el fin de alcanzar
su verdad profunda y poder llevarla a su expresión
universal. Adoptando el tono que filósofos como
Samuel Ramos introducían para el estudio de la
fenomenología del mexicano, Rodríguez Lozano
propuso como noción identitaria el “regateo”:
El regateo es una forma característica nuestra,
perfectamente identificada con México, que co-
menzó en los tianguis para pasar a los mercados y
que, después de rodar por todas las modalidades
posibles de comercio, ha llegado a ser una cos-
tumbre nacional.
Se regatea tanto el valor de la inteligencia
como los valores artísticos, se regatea la amis-
tad, el elogio, la belleza, la caridad, y el regateo
cesa solamente o, si se quiere, llega a su plenitud,
cuando alcanza la negación completa. Entonces
sí, llegamos hasta parecer generosos, porque lo
importante es que no existan las cosas o, por lo
menos, que parezcan no existir.
8
Este fragmento, que antecede inopinadamente la
crítica del “ninguneo” que pocos años después
hará Octavio Paz en el
Laberinto de la soledad
,
9
da
pie a otro alcance de Rodríguez Lozano, su crítica
del “complejo de Caín” que también caracterizaría
al mexicano y que se establece como un conflic-
to entre hermanos con el consabido desenlace.
10
Esta noción, adoptada por el artista para describir
la rivalidad entre pintores, y en general entre los
mexicanos, quedó plasmada en su cuadro
El cai-
nismo
(1947) donde ante el hermano caído, con
las mujeres como testigos, el victimario parecería
responder con un instante de contrición. Las cla-
ves están de algún modo expuestas en el artículo
“Complejo de Caín del mexicano” que Rodríguez
Lozano
publicó en mayo de 1950, donde luego
de la reiterada explicación sobre cómo quienes se
encumbraron políticamente con la Revolución son
los mismos que después arremetieron contra el
pueblo, establece una analogía con el devenir de
la pintura mexicana:
Hay que ver la lucha que tuvimos que llevar
a cabo contra la reacción y el academismo para
imponer un arte que no fuera colonial y que pre-
sentara las características de una obra autónoma
y, por consiguiente, mexicana. […] Este movi-
miento pictórico pudo realizarse y tomar auge gra-
cias al apoyo que prestó el gobierno del general
8
“Real ismo y verdad”,
Ibid., p. 69–70.
9
“El ninguneo es una
operación que consiste
en hacer de Alguien,
Ninguno. La nada de
pronto se individual iza, se
hace cuerpo y ojos, se
hace Ninguno.” Octavio
Paz, El laberinto de la
soledad (1950), México,
FCE, 1989, p. 49.
10
Se trata del complejo de
rival idad fraterna
formulado originalmente
por Freud, y al cual el
psicólogo Charles
Baudouin denominó
como “complejo de Caín”
en su Psychanalyse de
Victor Hugo, Ginebra,
ed. Mont Blanc, 1943.
El “complejo de Caín”
describe la hosti l idad
que surge en un niño
cuando se siente
desplazado por el
nacimiento de un
hermano menor,
confl icto al que el
menor puede también
reaccionar aniqui lando
simból icamente al mayor.