Hace poco más de un siglo los pintores hallaron un nuevo mundo. Lo observaron
desde ángulos disímiles y descubrieron colores, tonalidades y ritmos del tiempo de cambio
que transcurre. Aquel mundo nuevo era la ciudad. Y fue una de ellas el centro de gravitación
donde confluyeron las miradas más iluminadas, más poderosas al tiempo que sutiles, delicadas.
Fue París, conocida con justicia como la Ciudad de la Luz y que se torna, a ojos de aquellos
pintores que supieron recrear varios de sus trazos, volúmenes y atmósferas, en una ciudad
poblada de matices, de luces, sí, y también de sombras y muy bellos claroscuros. Una ciu-
dad abierta a la vida moderna, a sus costumbres novedosas, a sus audacias.
El Consejo Nacional para la Cultura y las Artes reconoce con entusiasmo la fortuna
que entraña poder presentar a los espectadores mexicanos, y de otras tierras, que aquí asis-
tan, esta luminosa, magnífica exposición, posible gracias a la generosidad del Museo de
Orsay, de la República francesa.
El placer y el orden
.
Orsay en el Munal
es un título fiel al cuerpo y las intenciones de
la muestra. Da cuenta del aire de libertad del París de la frontera entre los siglos
xix
y
xx
,
así como de los requerimientos de limitar los excesos. Más allá de los altísimos valores pura-
mente estéticos —de los que se da cuenta en este mismo catálogo—, puede observarse aquí
la magnitud, el peso de un descubrimiento: el del tumulto, la multitud que habita la urbe
maravillosa y ya distinta para siempre. A aquella multitud corresponderán también la acti-
vidad industrial (recreada en un lugar cercano a Bruselas) o las fachadas de inmuebles pro-
pios para la diversión, también registradas en la exposición; y, en contraparte, aparece
también el individuo, la persona que juega a las cartas o mira con serenidad cómo pasa el
tiempo o muestra su cuerpo entero y desnudo, como si el tiempo estuviera detenido. A la
vez, un aire de nostalgia puede respirarse también en la nueva atmósfera citadina.
La modernidad urbana también corre en paralelo a un cambio en la pintura. La expo-
sición es muestra exacta de aquella correspondencia y de aquella mudanza de la mirada
artística. Son sobre todo los impresionistas quienes registran, con fascinación y arrobo, los
cambios, las nuevas actitudes. He aquí la gran oportunidad de contemplar obras de maestros
del impresionismo de la altura de Monet, Renoir, Cézanne y de otros, de fama menor pero
igualmente diestros, como Valloton o Luce.
El Museo Nacional de Arte, del Instituto Nacional de Bellas Artes, recibe con alegría
y orgullo estas obras que temporalmente ha cedido el Museo de Orsay para su exposición
en nuestro país, fortaleciendo aún más los lazos de rica interrelación cultural tendidos entre
Francia y México.
Consuelo Sáizar
Presidenta
Consejo Nacional para la Cultura y las Artes
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