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septiembre
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2013
La fotografía llegó al país por la ruta de las curiosida-
des provenientes de una Europa absorta en la novedad de
las mercancías industriales; la cámara rápidamente se situó
entre el documento y el mero divertimento, uno de los nue-
vos fetiches que el mundo moderno ponía en arena pública
para fortalecer y potenciar la idea de verdad, desdoblándola
como nunca antes en un extenso territorio visual. Se trata
de un momento de la historia del mundo en que los des-
pliegues ilimitados de la técnica ofrecen un sorpresivo ha-
llazgo con los elementos que componen todo aquello que
es captado por la mirada. Los primeros daguerrotipos reali-
zados en territorio mexicano los hace Jean François Prelier,
primero en el puerto de Veracruz, en diciembre de 1839, y
después en la Ciudad de México, en enero de 1840, muy
poco tiempo después de que Louis Jacques Mandé Dague-
rre presentara su invento en el París decimonónico. Como
sucedió en casi todo el orbe, la aparición de la cámara en
México, con su parafernalia física y química, irrumpe en la
imaginación de una sociedad inmersa en la incertidumbre
de tiempos difíciles que ensombrecen la novedosa existen-
cia de México como nación: las escenas capturadas en las
placas de bronce inicialmente suscitan el asombro, el senti-
miento de extrañeza que acompaña a los inventos gestados
por el sueño vertiginoso de la tecnología, pero, muy pronto,
el daguerrotipo, el ferrotipo y la fotografía en sus sucesivos
soportes ocuparán un lugar central en la conformación de
la imagen del mundo reconocible por las colectividades.
Es común la confusión entre la idea que se tiene de la
historia y la visión con la que frecuentemente se identi-
fica a la memoria, ya que ambos conceptos desempeñan
un papel clave en relación con la realidad testimonial. La
historia está marcada por cánones, métodos y vertientes
analíticas definidas, y pertenece a la esfera del orden ad-
ministrado, en tanto que la memoria tiene su principal
eje en el impacto sensible derivado de las experiencias
vívidas: su efecto puede ser personal o colectivo, pero
siempre guarda una relación directa con la percepción,
la intuición y las emociones. El libro que ponemos frente
al lector mantiene dos líneas que refuerzan su carácter
histórico: en primer lugar se encuentra la línea diacróni-
ca, que marca la secuencia de la experiencia fotográfica
como un acontecimiento que describe una trayectoria,
tanto en la secuencia conceptual y técnica que reviste
su uso social como en su vinculación con los capítulos
políticos y culturales de las distintas épocas que definen
el
tiempo mexicano
; en segundo lugar, sin desprenderse
necesariamente del aura emotiva y sensible que supone
el ejercicio de la memoria, la propuesta no propicia una
subordinación del orden cronológico o del suceso his-
tórico a la intuición o las meras emociones; por el con-
trario, los hechos y acontecimientos provenientes del
oficio fotográfico establecen un encadenamiento sólo
entendible por un proceso atado a la continuidad y fre-
cuentemente a la causalidad, que deja ver los registros
fotográficos de modo específico como parte de un uni-
verso interrelacionado socialmente en la geografía y en
el tiempo y que toca, también con cierta consistencia, el
paralelismo nada despreciable de la memoria.
PUBLICACIONES
L
a cultura mexicana, como sucede con todo fe-
nómeno vivo en el que se entrecruzan el conoci-
miento, la curiosidad, la sensibilidad, el humor y
la fatalidad, configura las marcas indelebles de la
condición humana, en cuyo seno se despliegan numerosas
vertientes que oscilan entre la travesía histórica y la anécdo-
ta llana, entre el protagonismo de la masa y el destino del
sujeto individual, entre la traza solemne de los protocolos
oficiales y los escenarios ubicuos de lo grotesco. Toda his-
toria está asociada a la imaginación, al mundo de las ideas
y las fabulaciones, ya se trate de testimonios, crónicas, in-
dagaciones académicas o meros ejercicios en los que pre-
valece el recuerdo; es en esta dimensión polisémica donde
la historia se desdobla y evidencia su naturaleza maleable
y sus incesantes reconversiones, mostrando innumerables
propuestas y perspectivas tanto de su universo
tangible
como del peculiar horizonte siempre tamizado por la me-
A continuación presentamos un fragmento del ensayo escrito por el curador de
México a través de la fotografía
, que se podrá leer completo en el
catálogo que acompaña a la exposición. Dicha muestra está abierta al público en la Sala de Exposiciones Temporales del Munal.
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SERGIO RAÚL ARROYO
moria. Es allí donde también se encuentra una gran canti-
dad de alternativas de reconocimiento de la realidad, mate-
rializadas en lo que, a partir del segundo tercio del siglo xix,
representaron las imágenes fotográficas.
Nos situamos entonces frente a las configuraciones irre-
petibles que, día a día, ofrece una sociedad desbordada por
sus experiencias concretas, a veces replegada en las trinche-
ras de sus tradiciones o enfrentada a la novedad de los esce-
narios intempestivos que propició su singular modernidad.
Desde hace poco menos de dos siglos, lo nuevo y lo viejo se
reafirman y combinan, como polos que definen una época
acompañada por la presencia de la fotografía; en esta dicoto-
mía, invariablemente, gravita el objetivo de la cámara, reha-
ciendo incesantemente la percepción y la trama visual de los
individuos y las colectividades que han formado el mundo
mexicano. El ojo fotográfico ha permanecido allí, como una
bitácora, como la caja negra que todo lo guarda.