En el marco de su programa de exposiciones temporales el Museo Nacional de Arte presenta la exposición Surrealismo. Vasos comunicantes, con la finalidad de divulgar un fenómeno histórico que determinó la creación artística en el continente europeo y en América.
Con colaboración de colecciones extranjeras como la del Centre Georges Pompidou-Museo Nacional de Arte Moderno de París, e instituciones mexicanas y extranjeras, una selección de obras pertenecientes a colecciones institucionales y privadas de México, Estados Unidos y Europa. Se mostrarán al público alrededor de 120 ejemplos de obras surrealistas, en los cuales se incluyen pinturas, fotografías, esculturas y fragmentos fílmicos de artistas que fueron figuras clave para la emergencia de este movimiento.
Partiendo de un principio hidrodinámico, formulado en la física de Pascal, los vasos comunicantes son recipientes comunicados entre sí, generalmente por su base. En cada uno de los continentes, el contenido alcanza el mismo volumen. Este principio fue reformulado por André Breton y es el concepto central que permite plantear en esta exposición los nexos entre artistas y pensadores europeos y americanos, definiendo al Surrealismo como una vanguardia que permitió que Europa y América alcanzaran el mismo nivel de enunciación en sus propuestas plásticas. Este principio físico nos permite mostrar el proceso por el que dos o más continentes, unidos entre sí, siempre aspirarán a tener el mismo nivel de importancia en una enunciación de muchas voces, ya que en la historiografía del arte, América permanece con frecuencia como el continente relegado. Ante los contactos de Breton y de otros surrealistas con un universo cultural distinto al suyo, ante la asimilación de los principios surrealistas elaborada por artistas latinoamericanos, planteamos que el Surrealismo es el tubo que une a los continentes (entendidos en ambos sentidos: el geográfico y el físico) y, por tanto, la vanguardia que le permite a América adquirir el mismo nivel de enunciación plástica que Europa.
El Surrealismo, definido como una corriente de pensamiento, enarboló una visión contestataria que desde las vanguardias habría de impactar el modelo para definir la realidad. En este principio el sueño se convierte en la dimensión que perfilaría la estructura conceptual y emocional de los ejercicios artísticos de esta corriente. Sus representantes intentaron mostrar, a través de los instrumentos analíticos freudianos, que es el sueño el camino regio para conocer el inconsciente, es decir, la otra realidad.André Breton dentro de su programa intelectual, señaló resolver las contradicciones entre el sueño y la vigilia, armonizadas en una sola realidad absoluta, por ello en su Segundo Manifiesto Surrealista, que apareció en 1930, el inconsciente y los sueños se definen como el espacio fundamental para la identificación de una realidad trascendental.
El deseo del Surrealismo fue desentrañar el sub-mundo que el psicoanálisis había revelado; apelando al inconsciente, a lo onírico y a la locura, sus artistas pretendieron explorar este territorio alterno. Uno de los ejercicios para formalizar este principio fue el automatismo psíquico, realizado desde la escritura y la pintura, sobre todo por André Masson y Roberto Matta. Estos métodos se caracterizaban por plasmar fielmente el funcionamiento del inconsciente. El proceso se realizaba al dibujar o escribir alejados del control de la razón, el dictado que dirigía el inconsciente. Estos ejercicios derivaron en varias técnicas creadas por los propios surrealistas como el cadáver exquisito, frottage, collage, grattage, la decalcomanía y el rayograma.
Además de las formas anteriores otras de las representaciones en la pintura surrealista más recurrentes son las escenas oníricas, caracterizadas por los espacios metafísicos que remiten a las obras de De Chirico, o pinturas como las de Paul Delvaux que evocan paisajes imaginarios que sólo desde el campo de lo onírico se pueden concebir; curiosamente estos mismos paisajes oníricos encuentran una referencia repetitiva, asociando al sueño símbolos acuáticos como peces, caracolas o conchas. Estas mismas escenas derivarían en la incorporación libre de elementos que producían escenarios extraños a la vista humana, inspirados en los propios sueños de los artistas.
La realidad y el imaginario, el consciente, el inconsciente, la presencia y la ausencia son las mirillas que este movimiento descubrió y explotó. Por medio de la disección del ojo, se accede al inconsciente, a lo alterno, a lo "otro" desconocido, cruzando un ojo abierto y despierto que se mantiene alerta a la realidad, estableciendo una conexión entre la vigilia y el sueño. El otro lado del ojo es una posibilidad de vida, lo otro, que existe en estado salvaje, representa la otra realidad que permite explorar estructuras alternas, como las "sociedades primitivas", alejándose del razonamiento occidental.
El programa artístico surrealista no solamente se ocupó de diseccionar el ojo, sino también el cuerpo. Con frecuencia los surrealistas deconstruyen la carne para volcarla en un simulacro artificial, buscando salir del cuerpo mismo, su intención es matar el cuerpo, castrar el objeto para evitar a toda costa su adaptación al medio natural-racional, elevándolo a los estados mágicos y hechizantes, abriéndolo a la excitación sexual y provocando en su conversión fetichista una explosión erótica.
En la historiografía del arte mexicano se encuentran con frecuencia dos hitos primordiales para el estudio del Surrealismo. El primero se ubica con la llegada del ideólogo del movimiento, André Breton, en 1938, quien durante su estancia intentó expandir la revolución surrealista en esta región. Este personaje en colaboración con León Trotsky y Diego Rivera redactó el Manifiesto por un arte revolucionario independiente, marcando una nueva era para la creación artística en nuestro país. Por otro lado, se encuentra la organización, a iniciativa del propio Breton y otros intelectuales, de la Exposición Internacional de Surrealismo en la Galería de Arte Mexicano, inaugurada en enero de 1940.
Este acontecimiento daría rostro a una tendencia dispersa y apuntalaría el movimiento en un país que sería definido "surrealista por excelencia" según el autor principal del manifiesto.
En este marco, una constelación de autores mexicanos y extranjeros radicados en nuestro país conformaron un movimiento artístico que se inscribió dentro del canon principal del Surrealismo, que proyectó un movimiento reflexivo sobre el quehacer y los productos del arte mexicano hasta entonces. A partir de este momento la Galería de Arte Mexicano significó el cisma del contexto artístico nacional, y aquellos que se inscribirían en este espacio los referentes de una nueva modalidad de creación plástica.