Conferencia de Alivé Piliado Santana, enlace curatorial de la muestra de 'Otto Dix. Violencia y pasión', presentada en el marco del ciclo 'Otto Dix y su tiempo'
La figura de la prostituta como tema central de obras de arte no es un tema reciente para la Historia del Arte Occidental, basta trazar el inicio hasta el comienzo de Nuestra Era, donde el tema de la prostitución ya ocupaba un lugar preponderante en los escritos religiosos. En la Biblia, desde el Deuteronomio se señala al “don de prostituta una abominación para Yahveh, tu Dios”, una clara señalización de los juicios morales, sociales y religiosos que conlleva esta acción hasta el día de hoy. No por nada se ha definido como el oficio más antiguo del mundo, frase que se ha popularizado en el último siglo gracias a diversas manifestaciones populares y artísticas sobre el tema. Un claro ejemplo se sitúa en la ejecución de imágenes de María Magdalena como la prostituta convertida y redimida; así como en la ramera de Babilonia, la gran pecadora, presente en el último libro bíblico, el Apocalipsis.
Lo que nos compete en esta conferencia es situar la creación de Otto Dix, quien exaltó la figura de la prostituta en Alemania (República de Weimar) durante los años veinte del siglo pasado, y que a mí parecer se afianzó de artistas antiguos o como el llamaría “los grandes maestros” para lograr un esplendor creativo y crítico en la representación de la prostituta como alegoría de la sociedad alemana moderna. De manera muy puntual y breve, dado el poco tiempo de la conferencia, abordaré la estética de tres artistas quienes también asimilaron al personaje de la prostituta, antes, durante y después de Otto Dix. Específicamente las representaciones de la mujer prostituta en obras de Francisco de Goya, José Clemente Orozco y Daniel Guzmán.
Desde finales del siglo XVIII, la imagen de la prostituta se convirtió en un símbolo de enfermedad de la sociedad moderna. Debido a la gran industrialización y el auge poblacional en las nuevas urbes, los artistas encontraron en su figura un fenómeno social. Tanto fue así que para el siglo XIX la prostituta podía ser vista como una “heroína” de cuerpo inmoral, pero de alma pura. En la literatura, por ejemplo, encontramos a personajes como la Sonya de Dostoyevski, la Margarita de Dumas y la Nana de Zola, en ópera a la Traviata de Verdi o Lulú de Alban Berg. Es curioso que este tema tan presente en obras de arte apenas esté siendo explorado en términos expositivos públicos. El año pasado el Museo de Orsay inauguró entre un tumulto de críticas, la exhibición Esplendores y miserias. Imágenes de la prostitución, 1850-1910, que itineró este año (2016) al Museo Van Gogh, en Ámsterdam.
Entre las amplias representaciones de la prostituta, considero que Francisco de Goya estableció un arquetipo de crítica social mediante la serie de 80 grabados Los caprichos, realizados en 1799, con los que manifestó los múltiples vicios de la sociedad española mediante una combinación de escenas reales y fantásticas acompañadas por un comentario textual. Varios de los grabados que componen la serie muestran a prostitutas alistándose al trabajo, junto a sus proxenetas y doncellas. Específicamente, en el grabado no. 31 "Ruega por ella", se observa a una prostituta joven y atractiva mirando directamente al espectador mientras la doncella cepilla su cabello y la alcahueta o celestina sostiene un rosario frente a ella, y reza por el destino de la prostituta y el porvenir de su trabajo, suceso más inmediato a la salvación de su propia alma. De manera directa, Goya satiriza la devoción de la anciana al realizar peticiones por la seguridad de un alma ya perdida según los principios católicos. Con una ironía social, un tanto caricaturesca reflejaba lo que acontecía en la sociedad española. Otra acción de misma índole es representada por Goya en el grabado "¡Pobrecitas!", donde relata una redada efectuada por las autoridades, con objeto de controlar la prostitución callejera, dos mujeres son arrestadas mientras dos alguaciles orgullosos de su gloria al velar por la moral de la población no son más que seres hipócritas que representan la injusticia ante las prostitutas sin rostro.
Asimismo, Goya realizó entre 1810 y 1815 el ciclo de grabados Los desastres de la guerra para hacer evidente las crueldades cometidas durante el periodo de las guerras napoleónicas. Los motivos de este ciclo fueron una influencia directa al ciclo de grabados referentes a la Primera Guerra Mundial, Der Krieg o La guerra que Otto Dix realizó en 1924.
De la misma manera creo pertinente señalar la semejanza temática de Dix con unas de las piezas más aclamadas de Goya: La maja desnuda y La maja vestida. Ante las cuales Otto Dix contestó con una maja muerta. Tituló este dibujo Para Francisco de Goya, donde creó un homenaje decrépito al “antiguo maestro” a forma de espejo con sus propias majas, mediante la representación de un cuerpo femenino anciano, carente de sensualidad y a punto de morir. De las majas de Goya se han escrito múltiples interpretaciones sobre su origen, ya sea que hayan sido un encargo de Manuel Godoy, un retrato de la duquesa de Alba o una mujer prostituta ofreciéndose al mejor postor. Estas obras –al igual que las de Dix un siglo después– le costaron a Goya comparecer ante el tribunal de la Inquisición por transgredir los valores religiosos del momento.
Durante el periodo de Goya, el desnudo femenino generalmente estaba destinado a la admiración del espíritu humano y la belleza física idealizada, una alegoría a las Venus en un ambiente idílico, no terrenal. Como rompimiento de estas categorías se encuentra la Olympia de Manet, integrando la visión de la mujer prostituta poderosa, una mujer cínica que mira al espectador desde el lecho de su oficio. A partir del siglo XX el arte moderno relega esa categoría para romper con el ideal tradicional del cuerpo femenino, como lo indica John Berger en Modos de ver.
“El ideal del desnudo estaba roto, había poca cosa para reemplazarlo, salvo el “realismo” de la prostituta, que se convirtió en la quintaescencia de la mujer en los primeros cuadros vanguardistas del siglo XX, tradición que continuó vigente en la pintura academicista”. [1]
Este soporte de lo real al que refiere Berger será un recurso primordial para Dix durante su producción antes y después de la Primera Guerra Mundial. Vemos ese recurso empleado desde obra temprana, con la manera transgresora en el que ubicó la representación de la virgen María al suplantarla con un desnudo erotizado, donde Jesucristo aún feto es observado junto a su madre por un conjunto de miradas lascivas masculinas. Esta herramienta de reemplazo de los ideales religiosos preconcebidos y la reconfiguración de la iconografía religiosa marcó el inicio de una producción desafiante. Me gusta la descripción que hace la curadora de la exposición, la Dr. Ulrike Lorenz del joven Dix: “poseído por una voluntad fanática de destrucción de todo lo establecido que revoloteaba caóticamente en su interior.”
Prostitutas e inválidos de la guerra, Dix los llamó víctimas del capitalismo, los pinta tal y como los veía en el ruido y la mugre de la gran urbe. Los historiadores del arte llamarían verismo a esta forma de desenmascarar la sociedad. Dix quería expresar los objetos y sujetos que lo rodeaban, copiaba lo convencional y aceptó el insulto “el espanto de los burgueses”. Para él, el cuerpo de la prostituta se convirtió en el sitio de discursos de intersección sobre corrupción urbana, sexualidad asesina y corporeidad grotesca. Al término de la Primera Guerra Mundial, Dix se fascinó por la figura de las prostitutas y visitaba frecuentemente los burdeles de Dresde en el distrito rojo de Zegelgase. El diario Das Junge Rheinland publicó en 1922 una descripción de Dix: “Esclavo de la apariencia, reacciona sin cortapisas ante el sexo opuesto. No hay una sola mujer que él no quiera poseer, no por una desmesurada urgencia masculina, sino por su obsesión de conocerlas a fondo, de raíz. Es así que todo lo excéntrico halla en él una resonancia apasionada. Le encantan las mujeres excéntricas, el arte excéntrico, su forma de vida es totalmente excéntrica”. [2]
Podía por ello representar a las prostitutas con minucioso detalle y sus obras reflejan esa aguda capacidad de observación desprovista de juicios morales. A diferencia de sus antecesores, Dix no recrea a la prostituta joven, sensual y erotizada, muestra a los personajes reales y caricaturizados que viven al margen de la sociedad, sentía que les otorgaba un sentido de dignidad y aire desafiante. En 1966 comentó que todas las presunciones sociales estéticas de inicio de siglo le repugnaban, por lo que buscó crear motivos realmente alemanes, el hombre y la mujer de la calle, expresar al otro con su propia mirada y conmocionar al público, si eso no gustaba al ciudadano común ya era otra cuestión. No quería mostrar el desnudo clásico e idealizado, le interesaba la variedad corporal que había creado la naturaleza. Utilizaba lo que llamaba “un ojo neutral” que ve las cosas como son para expresar al otro con su mirada.
En 1924 crea la popular serie de grabados de la guerra donde manifiesta los estragos de la guerra y los resultados de enfrentamiento bélico que no fueron únicamente millones de muertos y heridos, sino la manipulación de ciertos sectores sociales en favor de la milicia. El ejército alemán dirigía burdeles franceses como una manera de control de sus tropas, allí los soldados encontraban refugio y Otto Dix lo representó en algunos de sus grabados. La obra Visita a Madame Gericault muestra a la prostituta como herramienta de guerra y presión. Los adornos de flores en su cuerpo no cubren su monumentalidad grotesca. Los soldados como víctimas del sistema descubren la realidad de la prostitución al mismo tiempo que la realidad bélica. Las maravillas prometidas de la guerra no serían más que desastres.
En medio de la época capitalista de los años veinte, al término de la Primera Guerra Mundial, ya en la República de Weimar, Otto Dix asumió el papel de cronista de la cotidianidad proletaria. Retrató prostitutas con la intención de manifestar su autenticidad, eran mujeres que se aproximaban a la sexualidad sin sentimentalismo de por medio, el sexo como profesión. El ideal y fuerza de Eros removido de todo ideal de belleza, la sexualidad como realidad contundente.
Algunas historiadoras del arte como Griselda Pollock toman en cuenta el papel de la prostituta al preguntarse: ¿Por qué el modernismo tan frecuentemente es instalado sobre el territorio de un cuerpo femenino mercantilizado? Asimismo, Linda Nochlin observa que el tema antes tratado de manera negligente o menos serio muestra la consistencia que el Realismo tuvo para demostrar lo real. La prostituta es invocada en un esfuerzo por identificar diversas preocupaciones del modernismo y el realismo pero que hasta ahora no se ha establecido una reflexión sobre la asociación de arte y prostituta de dónde viene y cuál podría ser su legado.
En ocasiones, se ha referido que las obras de Dix tienen una mirada psicológica del personaje de la prostituta que sitúa a la par del cliente, no sumisa, con una impresión dominante en su figura. Diría Camille Paglia que “la prostituta no es, como las feministas indican, la víctima del hombre, sino su conquistadora, un proscrito, que controla los canales sexuales entre la naturaleza y la cultura”. Para Dix, la mujer es el principio, el origen de la vida y la creatividad que estimula su propia producción. Las obras de marinos y prostitutas de Dix, expresan el ser de ambos personajes desde su exterior, sus cuadros llevan a una verdad grotesca reconocida en los burdeles de los puertos, donde los marinos, que en su opinión habían sido los que menos intercedieron en la guerra mundial, sólo se ocupaban de visitar los burdeles.
Las obras en papel de 1920 a 1923 muestran prostitutas asesinadas, brutalmente apuñaladas, ahorcadas y violadas. Con similaridades a las obras de Oskar Kokoschka, George Grosz y Rudolf Schlichter, representan un testimonio de la tendencia cultural de los veintes en la República de Weimar, celebrando la no conformidad y yendo a los extremos del “buen gusto”. Utilizaron el crimen como herramienta en contra de la sociedad hipócrita que no había cambiado sustancialmente después de la Primera Guerra Mundial, el aumento de prostitutas y burdeles, el tema de la sexualidad y las enfermedades de transmisión sexual eran omnipresentes en las grandes ciudades. Las obras de Dix desenmascaran a esa sociedad y arrojan luz de la naturaleza de los impulsos humanos, a veces vitales a veces violentos. Encontraba en estas composiciones realidades que valían la pena representar.
Para estos años los alemanes estaban hambrientos de entretenimiento erótico, hombres y mujeres, y muchos clubs nocturnos satisficieron ese deseo. Después de la guerra, la censura se abolió en diferentes campos artísticos, por lo que las bailarinas nudistas pronto tuvieron fama, como la aclamada Anita Berber, a quien Dix pintaría posteriormente. La popularidad en la prensa, literatura y cine de personajes de asesinos seriales como Jack el Destripador, y las nuevas ciencias como la psicología y la criminología se reflejaron en este tipo de manifestaciones.
Dix atacó la miseria e hipocresía de la pequeña burguesía con sus despiadados retratos sociales de prostitutas viejas que resultaban una provocación para el buen gusto, y que poco después traerían problemas con la fiscalía.
En este caso, el óleo Muchacha ante el espejo, fue confiscado por las autoridades bajo el cargo de obscenidad, por lo que Dix debió comparecer ante un juez, preparar su defensa y evitar la cárcel. Sobre este suceso su compañero Gert Wollheim escribió: “Jugamos a la corte, yo era el fiscal, así que pregunté a Dix: acusado, ¿por qué pintó usted la pars media con tan repugnante claridad? A lo que Dix contestó: Esa es la herramienta de trabajo de la dama. Soltamos una carcajada tremenda, pero le dejamos claro que su condena sería inevitable si respondía de tal manera a una pregunta similar. Le aconsejamos que mejor declarara que había querido prevenir a la juventud del género masculino sobre el vicio. Dix fue absuelto, el cuadro recuperado y vendido a buen precio”. El original realismo que Otto Dix emplea en esta obra pone a colación nuevamente los límites de la vida y la muerte, el empleo de la mujer y el cuerpo decadente. La obra hoy se encuentra desaparecida y probablemente haya sido destruida al igual que muchas de sus obras confiscadas por los nazis.
Un año después, en 1923 volvió a ser acusado bajo el cargo de “pornografía”, esta vez por la obra El salón II, juicio del que vuelve a salir victorioso. Salón II es la continuación de la pintura Salón I creada en 1921, donde cuatro prostitutas maduras esperan ociosamente la llegada de sus clientes en el salón del burdel. En Salón II ya se observa a las mismas prostitutas desprovistas de ropa para complacer a un cliente burgués. El sector social tan criticado por Dix que sacó ventaja del sistema capitalista de la República y que aprovechó los estragos de su propio sistema para el placer personal. Lo que significaba la ruina financiera para muchos, sería el placer de unos pocos.
Por otro lado, también encontramos representaciones de ancianas prostitutas como signos de decadencia, de nuevo presente eros y tánatos, una combinación que no permite fácilmente al espectador condenar moralmente la sexualidad seductora y agresiva que cautivan estos personajes. De una manera, vician la lujuria en el momento del deseo, su mirada caída y su cuerpo enfermo puede producir lástima y tristeza por los efectos físicos de la naturaleza y el paso del tiempo. Dix voltea a ver a las mujeres que no pueden retirarse de las calles, quienes siguen el ciclo de la vida como prostitutas, quienes continúan inmersas en el abismo del olvido social desde antes de las guerras mundiales. Y que nos permite hacer la pregunta sobre la presencia del deseo, el erotismo y la obscenidad en la vejez.
Este periodo creativo que va de los años veinte hasta 1933 cuando el Partido Nacional Socialista asciende al poder, serían los momentos clave que definieron el trabajo de Otto Dix temáticamente y técnicamente, no únicamente en la representación de la mujer prostituta sino en todo su universo creativo que va desde la guerra (los soldados, los mutilados), los retratos de personalidades e intelectuales del momento, y la vida social de las grandes ciudades alemanas. Esta etapa sería para él “la más feliz de su vida”. En estas obras capturó la depravación del pueblo alemán. En las obras exhibidas, por ejemplo, vemos dos estilos distintos de prostitutas femeninas, un óleo empleado con la técnica de veladuras para crear este gran contraste de vida jovial y muerte decadente, con esta visión de espejo en la mujer que sonríe para nosotros. Y la propia prostituta muerta, realizada en acuarela, de reminiscencias expresionistas, cuyo último gesto en vida fue sonreír a la muerte. La mayoría de los personajes que Dix representa en óleos de estas fechas, son modelos reales que escogía personalmente cada lunes por la mañana en el denominado mercado de modelos en el vestíbulo de la Academia de Bellas Artes de Dresde.
Escogía tipos estigmatizados, nunca figuras idealmente sanas. Eran personas con marcas visibles de su destino: viudas, viejas prostitutas, embarazadas, bailarinas que ocultaban su edad tras fachadas impenetrables, obreros discapacitados y frágiles pensionados.
El tríptico de la Metrópolis, dedicado narrativamente a la vida nocturna cabaretera de Berlín, está inspirado en gran parte en las prostitutas y contra el humanismo de aquellos que quieren esconder la realidad en el glamour de la industria del entretenimiento. Dix conocía estas acciones, formaba parte de la vida nocturna, los cabarets y las bandas de jazz. Ya había explorado la tentación y la perversión, aquí muestra la lujuria callejera indagando en la miseria del pequeño burgués y el discreto encanto de la burguesía, mezclado con visiones cotidianas del vagabundo mutilado de guerra. Fue fiel a su obra y muy riguroso en los detalles descriptivos de cada personaje, como puede verse en el tríptico. Me parece que aquí también sintetiza la variedad de representaciones que puede abordar sobre la prostituta, la variedad de la naturaleza como él lo había llamado. Un tema que le permitió expresar su visión de la vida en ese momento, en el terreno de un cuerpo conocido y vulnerado.
Este otro ejemplo de la obra de Dix me parece importante señalarlo ya que contiene la presencia de una prostituta junto a su compañero mutilado de guerra, titulada Personas entre ruinas, pintura realizada en 1948. Tras la terminación de la Segunda Guerra Mundial, Alemania estaba por dividirse en dos sistemas políticos. Dix vuelve a temas que lo hicieron famoso 20 años antes durante su gran auge en la República, y recrea los seres dolientes producto de otra gran guerra perdida y nuevamente representado en el cuerpo retorcido de la prostituta en esta obra clasificada como Neoexpresionista, para manifestar el dolor y la pesadez social del momento.
A José Clemente Orozco y a Otto Dix les llamó la Dr. Elia Espinosa “cultivadores de la caricatura”, definición que me parece correcta para ligar a estos dos personajes que siguieron en ocasiones hasta los mismos principios formales de composición como podemos observar en estas obras. Dix presenta una escena de baile en un burdel en Amberes mientras Orozco lo sitúa en el burdel mexicano, unos marinos otros burgueses, persiguiendo el mismo instinto.
Orozco, este gran muralista que incursionó en amplios temas y técnicas creó episodios revolucionarios mexicanos al igual que acuarelas de prostitutas como imágenes de oferta y demanda, un consumo desmedido citadino, que tras el derrocamiento de Porfirio Díaz daba por termina una fase de decoro y buenas costumbres oficializadas. Nuevamente, vemos los mismos motivos de modernidad en los centros urbanos, la migración del campo a la ciudad y la miseria proliferada en las periferias de la sociedad. La prostituta como mercancía consecuencia del mundo “moderno” que Orozco no manipula románticamente para darle un sentido nacional.
La obra Baile de pepenches I forma parte de una serie llamada Casa de las lágrimas en obvia referencia al burdel. La prostituta sería un objeto de consumo moderno que pobló las calles de la ciudad de México, mujeres que optaron por la tolerancia a la prostitución antes de realizar interminables horas de trabajo obrero. La Ciudad de los Palacios, como la habría llamado Humboldt, ya era la ciudad de los contrastes desde hace 100 años, donde mendigos, prostitutas y marginados buscan destino. La prostituta era tema para varios artistas, en ocasiones representadas con pudor literario como en el poema Flores aritméticas de Manuel Maples Arce.
Orozco reveló las condiciones de miseria de las prostitutas mexicanas tanto de la calle como las de burdeles y se ha interpretado que Orozco manifestó, al igual que Dix, la insuficiencia de la modernidad como contradicción social de estos personajes carentes de participación social plena, señalados por la iglesia y la “buena” sociedad. Orozco fue un arista de espíritu libre, seguía su voz interior y defendió la vida y el derecho humano a emitir su propia voz. Más que dejar evidencia de la realidad dolorosa del siglo que puede ser juzgada de inmoral, escandalosa y hasta pornográfica fue un medio para mostrar los símbolos de la realidad mexicana. En 1916, mientras Dix peleaba en el frente de la Primera Guerra Mundial, Orozco ya exhibía sus recreaciones de la vida prostibularia. José Juan Tabalada escribió en 1913 cómo Orozco logró capturar sin valores predeterminados de moralidad la vida “frenética y miserable” de las prostitutas que en ocasiones llegan a enternecer a los espectadores.
Por último, quiero acentuar la injerencia de las representaciones que Dix y Orozco conjuntan para crear una influencia directa en el arte contemporáneo mexicano, específicamente en la obra de Daniel Guzmán.
Daniel Guzmán es un artista que transforma y reinterpreta conceptos de la cultura pop de manera satírica y decadente, tomando como referencia al cómic, la literatura y la música. Sitúa en la decadencia urbana sus dibujos “de carácter destructivo” como los señala Eduardo Abaroa y absorbe imágenes de la cultura popular, como mencioné, desde el comic hasta el libro vaquero popular. Transfiere esas imágenes entre las que se incluyen la figura de la prostituta a discursos conceptuales biográficos donde integra su imaginario en dibujos contemporáneos. Generalmente recurre a series de dibujos para partir de temas distintos que resulten necesario ser descritos. En una obra de 1991 muestra la imagen de una mujer, que puede situarse como prostituta bajo la leyenda Bad Company (Mala compañía). Al igual que Goya utiliza pequeños textos para describir la obra, en este caso, la mujer vuelve a ser objeto crítico del bajo mundo.
Guzmán ha citado entre sus principales inspiraciones artísticas a Orozco y a Dix, tanto que en la exposición de la galería kurimanzutto titulada My generation de 2009, bajo su curaduría y con sus propias obras creo diálogos con diversos artistas entre los que se encontraban dos grabados de la guerra de Dix y dibujos a tinta de Orozco. Para Guzmán, “los grabados de la serie de la guerra de Dix, representan la crudeza moral y física que distinguió la primera mitad del siglo XX". Él traspasa esta crudeza a su propia vivencia del México contemporáneo para crear obras de espíritu catártico, expresivo, humorístico, sarcástico y ácido donde su obra sigue mostrando ese corte social en el cuerpo femenino que continúa molestando a los espectadores, pero que al igual que Dix y Orozco continúan consumiendo su obra y pagando por el cuerpo femenino. En los dibujos de la serie Chromosome Damage reutiliza la iconografía popular de la prostituta para revalorar la composición desde su propio trazo. Las imágenes provenientes de libros eróticos populares cambian de mensaje para situarse en un nuevo territorio sintético que abre paso a infinididad de interpretaciones.
Esta breve y rápida revisión por los universos creativos de diferentes y grandes artistas en torno a la figura de la prostituta alegórica de Otto Dix permite adentrarse a una definición de la decadencia continua e imparable de la cultura humana. Tal como Dix lo diría:
“Hay que decir sí a las manifestaciones humanas. Las situaciones excepcionales muestran al hombre en toda su grandeza, pero también en toda su vileza”.
Sin duda alguna, Dix continúa injiriendo en el arte contemporáneo por la representación de temas que fueron actuales hace 100 años tanto como ahora lo son: el cuerpo decadente, la miseria y las transgresiones directas contra los valores morales y religiosos de una sociedad que sigue consumida por el placer. Donde el cuerpo sigue siendo un territorio de sufrimiento y decadencia.
Dix al igual que los artistas que han juzgado su propio tiempo manifiesta la importancia del artista como testigo de su época, dijo Otto Dix: “El pintor es los ojos del mundo, el pintor le enseña a la gente a ver, a ver la esencia de las cosas y lo que yace bajo su superficie”.
Dix descubrió la mirada acusadora de la humanidad derrotada. Y Dix, con una prostituta en un brazo y un lisiado de guerra en el otro, llama a su siglo ante la corte de un juicio aniquilador [3], del cual el nuevo siglo no está exento, por lo que resumiré la intención artística de Dix con su propia frase “uno debe decirle que sí a la humanidad tal y como es y siempre será.”
–Alivé Piliado Santana
[1] Berger, John. Modos de ver, Barcelona: Gustavo Gili, 2012, p. 74.
[2] Gutbrod, Philipp. Otto Dix: The Art of Life. Londres: Hatje Cantz, 2010, p. 51
[3] Wolfradt, Willi. Otto Dix. Originalmente publicado en 1924 en un volumen de la serie de Junge Kunst. En catálogo de exposición Otto Dix, Neue Gallerie, New York, p. 117